Un viaje de 19 minutos por las entrañas del Cuaternario

No hay apenas asientos. Salvo en el vagón trasero, donde se cotizan para dar cabida a los presidentes autonómicos, los responsables de Adif, la secretaria de Estado de Infraestructuras, la ministra y alrededores, el tren laboratorio sólo dispone de mesas y pantallas en las que se suceden datos y líneas en las que se testa el encefalograma de la vía. Apenas se leen alteraciones desde que el convoy arranca de La Robla y empieza a adentrarse con suavidad en la sucesión de túneles. Hay doce bocas en total, diez en esta ladera y dos más al otro lado de la raya, en las que la máquina enhebra el recorrido con el que se cose, pespunte a pespunte de cada traviesa, la comunicación de León y Asturias por una puerta abierta en las entrañas de la Cordillera Cantábrica, que nunca ha sido obstáculo para el sentimiento de hermandad asturleonesa de ida y vuelta.

En el umbral del emboquille de los dos tubos centrales de la Variante, alumbrados por el solín de finales de septiembre, los dígitos del marcador de la mesa de control de la maquinista suman 80 kilómetros por hora. No pasarán de ahí. «Todavía estamos en fase de construcción», se excusan los portavoces del Adif que escoltan a la responsable de guiar la máquina por un trayecto en el que, «por diseño», se podrán alcanzar «los 275 kilómetros por hora, aunque luego habrá que ver las limitaciones por apartos de vía y demás». Los 24,6 kilómetros de los túneles centrales, donde el agua todavía deja muestras de su presencia oculta al otro lado de las 252.686 dovelas, se cruzarán en poco más de 6 minutos si se cumplen los pronósticos; ayer fuero 19 minutos, 28 minutos desde La Robla. Cuando el tren aparece al otro lado, llueve: «un día asturiano, con borrina, al principio orbayu », resume Barbón desde el andén que desafía a los deslizamientos de la ladera de Campomanes.