Diario de León

Margarita Merino de Lindsay WONDERLAND

Galicia en flash-back (y III)

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León

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HAY una premonición de ausencia en el huir fantasmal de las horas atravesando corredores, cuelgan en los péndulos de los relojes encerrados en cajas resonantes de madera los discursos callados de las sombras negras, y los marqueses cínicamente sentimentales sentencian al fracaso las pasiones más puras desde las bibliotecas donde la humedad va poseyendo avara los volúmenes. Ahora recorremos, plácidamente ensimismados en la alfombra crujiente de las hojas caídas, un paseo que llaman de los enamorados: es cristalina el agua de sus riachuelos, qué mensaje especial palpita en el murmullo de las fuentes y sus chorros tan frescos, huele a eucalipto, a humo manso, a tarde plena; las niñas jugamos al ritual del escondite entre los árboles anchos donde amarillean las cortezas los líquenes, pero ya no recuerdo vuestros nombres amigas risueñas con las que tanto quise jugar durante aquellos años que ahora permanecen en el recuerdo. Juntas imaginábamos la sorpresa constante de crecer con esta facilidad que nos unía en los secretos inocentes y las cajitas de latón depositadas en los huecos de los troncos secos: volveríamos con nuestros novios tomados de las manos para llevarles orgullosas al rincón de los besos y mostrarles nuestros tesoros diminutos, la fragancia silvestre de aquellos recorridos infantiles. Qué hermoso sería desvelar los umbríos lugares, demorarse en los atajos de los suspiros, cerrar los ojos en el pórtico de los deseos; pero ya nuestros padres nos buscan gritando diminutivos familiares en los claros floridos: es momento de visitar una vez más la fábrica de cerámica del viejo Sargadelos a la que van venciendo diseños modernistas. Esta tierra tan pródiga de dones reverdece la energía vital de mis mayores, es plazo dichoso de clemencia y compañía, de amistad, confidencias, de baile y de solaz donde cabe un bálsamo de fe, de cordialidad cautivadora entre las gentes, aunque los narradores se pongan a llorar de pronto en sus dialectos musicales al contar los sucesos aciagos con que la vida hiere a los mejores. Qué sutil misterio adorna las historias, qué lentas las palabras, qué inflexión sonora demorada en los detalles, las voces acarician. Nunca ha existido una voz, Mané, tan cuidadosa como la tuya reflejando la bondad sincera que apacigua los miedos más atávicos. Arden las teas perfumadas de aceite en las ermitas cubiertas por la hiedra, se abrasa la memoria en las imágenes palpitantes perdida para siempre la caridad de su azúcar. Rezo, transida en las ausencias, un rosario de versos, pero ya no estáis auroras abolidas. Ah qué lágrimas de piedra llorarán las estatuas de las desapariciones en los espacios soñadores a los que nunca vol-vieron nuestros pasos. Es tiempo de silencio, para seguir callando el amor que ardía confortando lo incierto, y no nombrar a los que tanto regalaron de sí mismos a los otros que fuimos: digámoslo en alto, rescoldo del recuerdo, que nadie como vosotros mostró amor tan generoso. Descansad, sombras queridas, en la nostalgia que cantábais, y quedad apacibles en vuestros territorios de brisa rumorosa, que no hay prisa, que ya abriremos los arcones de la conciencia compartida cuando no hiera su invocación como un hierro candente atravesando el pecho.

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