Diario de León

Luis Artigue EL AULLIDO

Miguel Torga

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León

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HACE frío, se hunden los petroleros ennegreciéndonos el ánimo y confirmándonos una vez más que también hay tiburones tierra adentro, países como Argentina pasan del primer al tercer mundo casi de un día para otro, la desidia urbanística favorece la caída de los edificios históricos en el Barrio Húmedo dejándonos a todos a la intemperie, y dan ganas de resguardarse de la vida en un buen libro. La colección de poesía de la Editorial Linteo -que dirige Antonio Colinas- acaba de poner en el maremagnum del mercado El espíritu de la tierra, una cuidada antología bilingüe del escritor lusitano Miguel Torga. Tal y como apunta en la introducción José Luis Puerto -autor de la traducción- se trata, «con permiso de Pessoa, de la figura más emblemática de las letras portuguesas del siglo XX». La mesurada poesía de Torga es el espejo de una personalidad sin concesiones, elevada, constructora de un edificio metafísico y ético que salvaguarda a un hombre y traza su singular camino. «Vivo / en altitudes que nadie tolera» escribe en el primer poema de esta antología como advirtiéndonos de que estamos ante la obra de un moderno místico sin Dios, un místico de la tierra, el paisaje y la existencia. Un hombre dedicado al alma y la desasosegante vida contemplativa. Puerto, en la introducción, nos habla con docta sencillez -aludiendo a las concomitancias de Torga con la tradición hispánica- de Unamuno y San Juan de la Cruz, pero bien pudiera haber citado también a José Angel Valente o María Zambrano pues la obra refinada, comedida y existencial de este poeta portugués, se inserta en esa vía lírica alejada de bohemias y pirotecnias imaginativas; en ese llano planear del alma que Nietzsche calificó de «apolíneo». Los poemas de Torga a veces son apuntes del natural o emociones que brotan del paisaje, en otras ocasiones surgen como anécdotas emocionales, retratos melancólicos, viajes a la esencia o a la pérdida. Poseen un paganismo sutil que clarifica la vida, como en el titulado Nirvana («Paz de las montañas, mi alivio cierto.../ alas en los pies y el cielo innecesario»). En otras ocasiones la ética está sin destilar («Somos nosotros reos de lo que somos»), pero hay ciertos momentos álgidos, felices, en que toca un nervio del alma de forma lúcida y conmovedora, como en el poema Flor Preservada («el cielo es mar azul donde navegan aves») o un prodigio de sensibilidad, el titulado Madre. Hay seres humanos que tienen respuestas, gurús de la tribu de vida despierta que están en contacto con la magia de las cosas. En estos tiempos nuestros en que lo artificial casi ni deja lugar para lo natural, parece que lo espiritual incluso esté prohibido. Pues bien, Miguel Torga nos demuestra que, paganamente hablando, el lenguaje de lo espiritual es la poesía. La suya es poesía elevada, metafísica, de gran nivel estético y ético porque para bajar el nivel ya tenemos la vida. Leer poesía es un acto inconformista, calladamente revolucionario. Es recuperar el contacto con la esencia, volver a poner nombre a los sentimientos y a las cosas desoxidando las palabras gastadas por el uso, llenarnos otra vez los bolsillos de verdad, de honestidad, y en estos valores ciertamente es un dechado Miguel Torga. Recomendar un libro de poesía se torna hoy en un acto purificador, como un rito paralelo de iniciación en esta dictadura de lo útil que es la existencia cotidiana. Por eso, para no dejarnos llevar por la corriente sin oponer resistencia, sabiendo que la inteligencia y la sensibilidad son siempre un buen argumento, invitando a practicar la sencilla rebelión de apostar por la belleza, les invito a asomarse con calma al mirador que es esta hermosa antología de Miguel Torga. Cuando la lean, desde sus páginas, observarán el mundo, el hombre, la tierra, la luz, la sombra y hasta a si mismos. Respóndanse después de la lectura si todo eso lo habían visto antes.

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