RETABLO LEONÉS
La plaza del Grano, en candelero
Con el hundimiento de la casona solariega de don Gutierre, el pueblo leonés vuelve a mirar al ya escaso patrimonio que avala las señas de identidad de una ciudad que fue cabecera del reino más comprometido en la recuperación de un
Leoneses y forasteros descubren la sensibilidad de sus más apagados fervores por lo antiguo, en la inevitable evocación que produce un paseo romántico por la plaza, sensibilidad que llega a sus más altas cotas, si este paseo contiene el «agravante» de la nocturnidad. El mercado leonés -tan bellamente descrito por Sánchez Albornoz en su obra Estampas de León en el siglo X- ocupaba gran extensión al sur de la muralla romana, más o menos la superficie que hoy ocupan las barriadas de San Martín y el Mercado, pues la delimitación de las especies ofertadas era rigurosa. Así se diferenciaban las áreas destinadas al ganado, a las verduras, a los productos artesanales (talabarteros, boteros, roderos...) y la específica del grano y leguminosas. Los antecedentes mercantiles del alfoz leonés se pierden en la memoria de todos los tiempos. Baste decir que el artículo 46 del Fuero de León, promulgado el 30 de julio del año 1017 por Alfonso V -algunos autores lo sitúan en el año 1020- dice lo siguiente: «Quien con armas desnudas, a saber: espadas y lanzas, perturbe el mercado público que de antiguo se celebra los miércoles, pague al sayón del Rey sesenta sueldos de la moneda de la ciudad». Más tarde, hacia la mitad del siglo XV, durante el reinado de Enrique IV de Trastámara, sería regulado también el mercado semanal de los sábados. La morfología de nuestra plaza es de gran irregularidad. Llama la atención el caserío soportalado, sobre todo el correspondiente a la casa de los Lorenzanas, con cuatro graciosas arcadas en piedra de sillería sustentadas por briosas columnas redondas. El resto de los soportales presenta las columnas en madera de olmo apoyadas en basas de piedras. La fuente carolingia, con sus alegóricos niñotes entrelazados, pretenden simbolizar, con cierta exuberancia, el caudal de nuestros dos ríos, imagen que hace dos siglos largos -se inauguró en 1789- estaría proporcionada con ese simbolismo, pues se sabe que por aquellas calendas, los inviernos, con sus fuertes nevadas, aseguraban el discurrir tumultuoso del Torío y el Bernesga durante todo el año. La fiesta de «La Aparición» La cruz de rollo, situada entre la iglesia y la fuente, es la depositaria de una de las leyendas leonesas más antiguas: la de «La Aparición». Parece ser que en ese mismo lugar, con el inevitable protagonismo de un pastor, se encontró la imagen de una Virgen visigótica escondida entre unas zarzas. Esto ocurría el 9 de febrero del año 560, y desde entonces hay tradición de haberse erigido allí la cruz y en sus aledaños una iglesia o ermita, que corriendo el tiempo, cuajó en la que hoy conocemos, del siglo XII, con las correspondientes modificaciones sufridas a lo largo de diversas acciones restauradoras. De las numerosas citas que tenemos a la vista, sobre esta cruz, destacamos una que dejó escrita Ramón Álvarez de la Braña, hace más de un siglo, en su novelita histórica Don Gutierre: «Subsiste y está en el sitio donde antiguamente se ejecutaban los reos de muerte, como también se conserva tan triste señal en otras poblaciones de España». Bien es verdad que la función triste que señala este autor, la de Picota, fue trasladada en el siglo XV a la que se construyó para este fin en el arrabal judío, cuyo lugar todavía hoy se conoce con el significativo nombre de «Rollo de Santa Ana». Barrio del Mercado La fidelidad de las gentes de la barriada del Mercado a las genuinas tradiciones leonesas, ha conseguido el milagro que supone la supervivencia, durante quince siglos, de esa fiesta de «La Aparición» que celebran cada año como festejo popular y titular del barrio. También cabe aquí recordar, que nuestra tan traída y llevada cruz, fue muchos años escenario de la despedida solemne que los primitivos cofrades y «evangelistas» hacía a su desparecido amigo Genaro en la singular parodia conocida popularmente como «El Entierro de Genarín». Sorprendería hoy, a los sedientos y tambaleantes seguidores del «fúnebre» cortejo, el impresionante silencio que se guardaba junto a la cruz del Mercado, final de la ronda poética. Con renovada intención, traemos nuevamente la cadencia de los versos que un día dedicó a este suceso nuestro inolvidable cronista Máximo Cayón Valdaliso: «En la plaza del Mercado/ se hacía «estación postrera»,/ allí donde la ciudad/ hunde su raíz señera:/ allí al pie de la cruz/ que levanta con su piedra,/ brazos de perdón y gozo/ que el alma siempre la orean./ Allí el último verso/ de aquella ronda poética./ ¡entierro de «Genarín»/ todo murió, nada queda!/. La fuerte personalidad y consolidación del Camino de Santiago, fue sembrando a lo largo de la Ruta multitud de hospitales, iglesias, monasterios e instituciones relacionadas con el objetivo de las perdonanzas que perseguía el movimiento jacobeo. La Iglesia Así aparece en la primera mitad del siglo XII, con el más puro estilo románico, la Iglesia de Santa María del Camino -llamada hoy La Antigua para diferenciarla de la que se venera en el santuario dominicano-, iglesia considerada como el cuarto monumento de la ciudad. La Dolorosa que se venera en el camarín data del siglo XV, y su factura gótica hace suponer que suplió en su día a la originaria del Camino, que sería, como todas las de su época, una Virgen sedente románica. Finalmente lanzamos una mirada a la plaza para evocar la llegada de las Benedictinas,-conocidas como «Las Carbajalas»- que se establecieron en el XVII procedentes del pueblo de Carbajal de la Legua. Su recoleta presencia puso una nota de contraste con el bullanguero discurrir del Mesón de Aldonza, encuentro de arrieros y trajinantes; y sobre todo con las actividades que la taberna «El Perrito» amparaba en «El Barranco» alcahuetando a las habituales parroquianas en sus mercenarias citas galantes.