Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER
La sagrada familia
La familia es sagrada. Eso lo saben y lo proclaman, cada uno desde la tribuna que mejor acomode, y cada dos, desde los medios de comunicación social, política y religiosa. La familia entre españoles y entre beduinos es cosa sagrada, que a nadie debe ocurrírsele la equivocada idea de tocar. Lo que no es óbice, que dicen los eruditos hablantes, para que de la familia, de sus gozos, de sus sombras y de sus brillos hablen, discutan y decidan todos los habidos y por haber, unos, a cuenta de que tienen hijos y por tanto constituyen una familia de hecho y de derecho, y otros, por la demanda de sus propios cargos y ministerios. De modo que lo mismo analiza lo que es y lo que debe ser, la familia, el señor Rouco, o sea el mandamás de la Conferencia Episcopal como el señor Zaplana, al cual, por lo que se ve y se intuye, corresponde la responsabilidad de velar por la familia española, hundida y aturdida desde que los de la globalización y sus atributos decidieron entrar en el euro. Andamos los españoles con la familia al hombro, que es que no damos para sostenerla en pie, alimentar y ofrecer educación sin trampa ni cartón, que así que alcanzamos la primera quincena de cada uno de los meses del año, nos vemos y nos deseamos para seguir a flote. Dicen los estadistas que los mayores apremios, angustias y temores de la sociedad española son la seguridad, el paro obrero obligatorio y la inmigración y aseguran que si estos tres primeros mandamientos de la ley de los hombres, no obtienen una respuesta radical, la familia, las familias de medio pelo, que son las más numerosas del censo, se verán obligadas a dimitir, ya que no es cosa de echarse a la calle en manifestación con los hijos al costado, como en eso de la educación de calidad. Los españoles, salvo las consabidas excepciones que sirven para confirmar la regla, tenemos hijos, -pocos porque el pan es caro- para el cielo y para hacer de ellos hombrecitos de provecho. Lo que no sabemos es cómo conseguir estos niveles de civilización. En Luxemburgo, en Francia, en Alemania, entre otros países cuidadosos de sus familias, establecen incentivos por cada uno de los niños que la familia posea. Por ejemplo, una familia luxemburguesa que se atreviera a contar con seis hijos podría obtener a cambio el equivalente a 838.000 pesetas, cantidad que no digo que sea suficiente para hacer de cada uno de los seis retoños, seis ingenieros de Caminos, pero que al menos disponen de medios para que los tales infantes no tengan que pedir a los nigerianos para poder comer. En España son pocas las familias que tienen la osadía de poner sobre la cancha seis hijos, pero si existieran, y no contaran con fortuna heredada o con muchacho para el foot-ball, estaría en los umbrales de la pobreza por muy temprano que se levantara. España, según las anotaciones recogidas en Bruselas, (que es por lo que se mueven todos los resortes europeos), es el país con menos dedicación oficial a la familia. O sea, donde la familia está en peores condiciones para vivir con cierta dignidad. Consciente de esta realidad y ya a las puertas de las elecciones en las cuales tendremos que elegir casi a todos los que en un futuro al alcance de la mano habrán de gobernarnos, el señor ministro responsable de la familia, de los sindicatos y no se sabe si también de las cofradías, se dispone a poner en circulación una serie de medidas, tales como la de redención de las penas por hijo, o la rebaja de la cuota catastral, que nos permita a los españoles tener tantos hijos como nos salgan de los presupuestos, con lo cual, mis queridas madres y mis no menos queridos padres, conseguiremos equilibrar los capítulos de nacimientos con los fallecimientos, alcanzando de esta manera el suficiente número de nacimientos como para poder pensar en un tiempo en el cual dispondremos de material castrense para formar cumplidamente los escuadrones para acudir en ayuda de los ejércitos del emperador de los Estados Unidos, a los que estamos atados y bien atados por razones de solidaridad, de hermandad, de fraternidad y de lo que guste mandar Bush contra el señor irakí del petróleo.