Luis Artigue EL AULLIDO
¡Ya marea!
LA marea es negra pero la solidaridad se viste de blanco para poner una vez más en evidencia los contrastes de este mundo. Miles de voluntarios, en su mayoría jóvenes, han acudido a Galicia como un ejército inmaculado que tiene que luchar contra los elementos. Y uno, que observa impávido la manipulación informativa con la que nos han oscurecido la opinión, se pregunta si estos son los jóvenes analfabetos y borrachos de los que hablaban recientemente nuestros gobernantes (era cuando las protestas contra la Ley de Calidad de la Enseñanza y la de Reforma Universitaria, que casualmente «coincidieron» con la movida informativa del Botellón; seguro que se acuerdan). Pero el ejército blanco nos reconcilia con este país, con la gente joven y su pacífica y constructiva forma de revelarse. Codo con codo, mano con mano, cadena humana en lucha como David contra Goliath porque con este tachón marítimo no ha perdido Galicia sino que perdemos todos. Los pescadores gallegos -sobre los que en otro tiempo escribieron Cela, Cunqueiro, Rosalía, Torrente Ballester y algunos otros- ahora parecen mineros, negra el alma y negro el cuerpo, picando carbón líquido en las olas con desesperación de náufragos. Ellos mismos se sorprenden al tener al lado un ejército blanco, compuesto en gran medida por los hijos de la democracia de este país. Esa reciente generación de guerrilleros pacíficos solidaria y concienciada, que bebe y se divierte cuando puede y toca, pero que no mira hacia otro lado si vienen mal dadas sino que aporta entonces con altruismo su granito de esfuerzo. Menuda putada para los pescadores norteños de este lugar en el mundo. Aunque si se desea resucitar hay que tratar de enfocar la vista en lo bueno que aporta cada golpe de la vida, y lo bueno de esta marea negra es el ejército blanco, la solidaridad, la gran masa de ciudadanos responsables y enérgicos con la que cuenta este país. Dios los cría y ellos se juntan, dice mi abuela y probablemente pensará el gobierno. Y así es, por fortuna. El batallón de voluntarios que se enfila en primera línea de playa para recoger esas negras cenizas de petrodólar, ese néctar siniestro, es un lujo para cualquier nación, y representa un orgullo -en mi opinión- que España cuente con gente así entre los suyos. Eso significa que en conjunto nos proyectamos, que avanzamos, que esta parte de Europa aún cuenta con energía ideológica renovable: una base social éticamente formada y sólida, difícil de engañar con malabarismos mediáticos. Los voluntarios, el ejército blanco como una encarnación de la rebelión de las masas que describió Ortega y Gasset, representa o debiera de representar otro redoble de conciencia en la campana del poder. El ejército blanco: pura poesía social. Ya ven, hay en este país un sector de gente joven que no se pliega ni conforma con un vitalismo elemental, que vive en su mundo pero también en el mundo. Son gente anónima que no concibe la vida como una operación triunfo, ni se deja influir por la presión mediática para que así entendamos la existencia todos. A veces a cada uno de estos individuos, en su campana de cristal, le parece que es una excepción en la ambiciosa selva global que habitamos, pero tiene que venir un macroatentado ecológico para hacerlos saber que no son pocos, ni es tan diferente el espíritu que los mueve y los conserva como infiltrados seres que no se fían de la tele. Están por todos lados observando los contrastes de la realidad (mientras alguien emplea sus vacaciones en combatir la marea negra, sus gobernantes se van de caza como nobles y cardenales del Renacimiento: he ahí otro contraste). Perdonen el tono contestatario pero vean al ejército blanco, señoras y señores. Queda en la sociedad compañerismo, empatía para con los perdedores en la ruleta rusa de la suerte, solidaridad que nos hermana y fortalece a todos. Quedan grandes valores en el fondo de ese mar que es España, por más que las sucesivas mareas negras nos hayan cubierto la ideología de chapapote.