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RETABLO LEONÉS

Cuna de la judería leonesa

El pueblerino León del siglo XVI, descrito con singular maestría y desenfado por la emérita pluma que dio vida a la andariega y observadora Pícara Justina, queda retratado con todo lujo de detalles en algún lugar especial, siempre

Una imagen histórica de los soportales del barrio de Santa Ana

Publicado por
Enrique Alonso Pérez - LEÓN.
León

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Muchos son los arrieros y caminantes que hicieron noche en su posada de Mansilla, y cuantos leoneses descansaron sobre sus humildes jergones del mesón, contaron las excelencias de tan bella ciudad y sus arrabales, hasta el punto de arrancar de labios de la retozona mesonera una de las más expresivas frases con que se puede premiar a nuestros paisanos de aquella época: «No he visto hombres, más moridos de amores por su pueblo, paréceles a los leoneses que alabar a otro pueblo, y no a León, es delito contra la Corona Real. Y leonés, sé yo, que dejó de dar de cenar a su mula por contarme toda una noche la excelencias de la fuente de los piojos» -fuente que se encontraba en el lugar que hoy se ha llamado calle de las Fuentes, detrás de lo que en su tiempo fue la huerta franciscana-. Alentada de esta manera, nuestra perspicaz moza adereza su borrica, y compone con algún afeite su gentil figura, para entrar en la ciudad de León al lado de su amiga Bárbara y alguna otra compañera que también hacía el mismocamino. El rollo Dejado atrás el Hospital de San Lázaro, leprosería medieval donde se veneraban las espinas de la corona de Jesús -hoy custodiadas en la iglesia del Mercado- dirigen sus pasos hacia la plaza del Rollo de Santa Ana, cuyos últimos vestigios han sido ferozmente borrados en estos tiempos, pero que su documento gráfico acompaña a este apunte- para que la pícara pueda describir, con su especial gracejo, una estampa del viejo arrabal: «Vi que enfrente de él -el Rollo- estaban unas mezquitas pequeñas o casas de calabacero, donde estaban asomadas unas mujercitas relamiditas, alegritas y raíditas, como pichones en saetera». «Ya entré por la puerta que dicen de Santa Ana, hice paraje en un mesón que esta pegante con la misma puerta de Santa Ana, por tener cerca un paseo que llaman el Prado de los Judíos y, lo principal, porque vi una fuente apacible allí junto a la puerta del mesón». Y termina diciendo con su gracia la alegre romera: «Dióme gusto que vi bien proveído el mesón, y sin duda lo estaba mejor que el mío, digo, de alhajas, más no de astucias, que a las ''mocitas de munición'' se les veía el juego a la legua. Parecían todas sus trazas hijas de clérigo, según se traslucían ellas de intención bien pecadoras, más faltábales la sal y el saber...».

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