Diario de León

INFRAESTRUCTURAS

La autovía que le cambió el paso al noroeste cumple 25 años en León

La A-6 alcanza el cuarto de siglo desde que se desplegó como el primer vial de alta capacidad libre

Un tramo de la A-6 en León, cerca de La Bañeza. FERNANDO OTERO

Un tramo de la A-6 en León, cerca de La Bañeza. FERNANDO OTERO

León

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Ya hace 25 años de aquella primera vez de León con una vía de alta capacidad, la primera vez en cuatro carriles, libres y gratuitos. Hasta aquel marzo de 1998, cuando por el curso de la N-VI se sintió el torrente del noroeste, por primera vez, y la mitad del territorio leonés se pudo trazar sin retenciones, sin el aliento del trafico pesado, sin la circulación de paso torpe que imponen las líneas continuas en una carretera convencional.

Cuando la A-6 se abrió paso por León, la experiencia con este tipo de viales se limitaba a dos décadas de circulación por la alta montaña, previo paso por caja, de La Virgen a Campomanes, y la incipiente representación de la A-231, y la treintena de kilómetros de Santas Martas a Sahagún, en una traza que entonces no iba más allá, que se adelantó por meses.

La autovía de la sexta fue otro nivel, por ese costado oeste de la provincia leonesa, que acapara la mayor densidad de movimiento de tráfico del territorio, el paso más recurrente en el largo recorrido de todos los que atraviesan la provincia, el trasiego de la periferia atrevía, el transporte y el comercio por el mismo lugar que pisaron los arrieros y sus caballerías para dar prestigio y proyección a una parte irrenunciable de la historia del territorio, sus gentes y lugares.

Los cuatro carriles

Los primeros 90 kilómetros de la vía en León acabaron con el letargo en la N-VI

Por ahí surca la A-6 desde hace 25 años, la A-6 en León, como un elemento de cohesión que no ha logrado aún alcanzar las perspectivas de desarrollo que se supusieron seguras cuando se puso en servicio, un marzo de 1998 como éste, cuando el futuro de León aún no arrastraba este cuarto de siglo de condena.

Con su firme reluciente, y el añil intenso que distingue a primera vista el asfalto de paquete, los vehículos se echaron a la calzada con la voluntad que mueve a los pioneros de una empresa histórica: poner los trayectos por León en el tiempo de los lugares del desarrollo. En ese propósito se sigue, 25 años después de aquella experiencia sensacional para los conductores que supuso llegar desde Brañuelas a Benavente en treinta minutos; el trayecto a Madrid aminorado en cotas porcentuales que parecían imposibles para el reloj; y tan importante, también, Astorga-La Bañeza, como en un reto de cercanías.

Una referencia del vial. FERNANDO OTERO

Una referencia del vial. FERNANDO OTERO

Con tramos de circulación media que oscilan entre los nueve mil, quince mil, veinte mil vehículos, señal inequívoca de que la autovía en León presta un servicio de proximidad además del objetivo de largo recorrido para poner rumbo entre Galicia y Madrid.

Aquella vez de marzo de 1998 se puso en valor León en la nueva era de las prisas por llegar a tiempo, imposible en una N-VI que era una procesión continua; las áreas de descanso vinculadas a la vieja carretera nacional ofrecían registros de entrada que hoy, veinticinco años después, resultan imposibles. Las viejas ventas que casi llegaron a dar cuenta y ser testigos del paso de la caballerías, mutaron a áreas de descanso.

El año del despliegue

1998 modificó algunos conceptos sobre movilidad que atrasaban aún más a la provincia

Esta parada sin fonda es de los pocos segmentos económicos que aprovecharon la sinergia de los largos trayectos en torno a este sistema de doble circulación y doble sentido, que no acaba de trasladarse al empujo de los polígonos industriales asentados en los márgenes de la A-6; aunque esa frustración en cuanto a los objetivos no se le puede imputar a la autovía.

Así, el azul tomó el perfil de estos valles que acaban entregados al Órbigo, en esa transición que deja ver los balcones del Teleno hacia la timba orográfica que forma esta esquina de la periferia de España, entre montes de León y los macizos galaicos. Azul capri, casi azur, para señalizar las salidas y fijar la posición; azul prusiano en un firme que con el tiempo tornó a grisáceo, y que, según tramos, pide a gritos el paso de la fresadora y otro parche, para restañar las heridas del paso del tiempo y de los inviernos, que tampoco perdonan.

La A-6, para largo recorrido, y para coser la movilidad local. FERNANDO OTERO

La A-6, para largo recorrido, y para coser la movilidad local. FERNANDO OTERO

La A-6 trajo un soplo de modernidad a León; un cuarto de hora de Benavente a La Bañeza; un suspiro de La Bañeza a Astorga; veinte minutos desde el río Duerna a Manzanal del Puerto deshicieron para siempre los nudos que acordonaban el movimiento local y disuadían los tránsitos largos.

Fue la primera entrega de un proceso que llevó a León a pasar de cero a cien en el recuento de kilómetros en alta capacidad en ese fin de fiesta y siglo XX en el que no todos los fondos de la Unión Europea se gastaron en caprichos prescindibles. Ese mismo 1998 acabó con otro tramo inaugurado de la A-6, en uno de los episodios más pintorescos de la historia de las infraestructura en España. La cinta del tramo entre Manzanal y Villafranca se cortó en una carpa en Benavente, con el ministro Arias Salgado y algunos mandos del gobierno de Valladolid, que decidieron no llegar hasta Ponferrada para compartir el evento; se hizo énfasis de los 250.000 millones de pesetas invertidos en dos años para abrir Galicia al mundo.

No acertaron a medir lo que la traza de la autopista del noroeste suponía para León.

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