Diario de León

El cierre del pasadizo de San Agustín agudiza la crisis del comercio en pleno centro de León

La epidemia de trapas abajo tranca esta zona de referencia con el abandono del último negocio que aún sobrevivía

Dos cafés, un restaurante, tiendas y agencias han cerrado. RAMIRO

Dos cafés, un restaurante, tiendas y agencias han cerrado. RAMIRO

León

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No es un recurso publicitario. El aviso de liquidación total enmarca todo el espacio del pasadizo que une San Agustín con Gran Vía de San Marcos, por medio del edificio que se levantó sobre los escombros de aquel colegio de los Agustinos que educó a generaciones de leoneses hasta su derribo en 1977. Pero ahora, cinco décadas después de aquella promoción inmobiliaria que anunciaba la modernidad, de aquel pasillo que daba continuidad a dos de los entornos más comerciales de la capital leonesa, apenas sobreviven tres potros, a la puerta del local, de los que cuelgan los saldos de la última tienda. «Esto es el centro de León», resume Charo Mateos, la dependienta.

Holly Taste liquida porque «ya no queda nadie». Los últimos en irse fueron los dueños del restaurante río Órbigo, que cerró la puerta el 28 de febrero pasado, cansados de que, «pese a que facturaban bastante, también las facturas, sobre todo las de la luz, hubieran crecido mucho», como resume Mateos.

Aunque la secuencia de trapas abajo había comenzado antes. Los primeros fueron los encargados de «Miss peques, una tienda de ropa infantil, luego le siguió la cafetería Tartine et Chocolat, luego el bar Delta, seguido la peluquería Valkiria», describe la dependienta, que completa la enumeración con la desaparición de los negocios de Ruth Amaya, la agencia de viajes Divervacaciones e, incluso, la inmobiliaria. «Nosotros somos los últimos», sentencia sin remisión, tras detallar que su jefe «no va a invertir aquí», aunque la reubicará «en la otra tienda que tiene».

El contagio de cierres se inició «con la pandemia y ha seguido con la crisis de después», como reseña Mateos. Se trancaban los locales y no había relevo, sino otra trapa abajo que secundaba a la anterior. «Esto es un ecosistema. Había un ambientazo tremendo. Unos a otros nos alimentábamos. Los clientes de unos iban a los negocios de los otros y, además, no llevábamos tan bien...», cita con nostalgia la dependienta para rememorar los siete años que ha estado en este enclave comercial». «Si no hubiera sido por el covid, todavía funcionaría», porfía, a la vez que deja el pronóstico de que «esto es una muestra de cómo está la ciudad».

Con la imagen de este pasadizo, que se refleja en los pasillos comerciales de Alfonso V, en los que los negocios se han agrupado apenas en uno solo de los dos, Mateos no esconde su pesimismo sobre que la epidemia se suceda por el resto de la ciudad. «Se ve no sólo en los barrios, como San Mamés, sino también en el principio de Ordoño. En León envejece la población y los jóvenes no van a invertir en el pequeño comercio», plantea la dependienta de Holly Taste, mientras atiende a las clientas que se asoman con curiosidad a los potros de ropa que ha colocado a la puerta. A mediodía, entre 14.00 y las 17.00 horas de la tarde, cierra. No sólo baja la trapa de su tienda, sino las dos persianas que hay en las entradas por Gran Vía de San Marcos y San Agustín, «para que no se meta nadie a beber ni otras cosas». «Es una pena, pero así va a quedar cuando nos marchemos», resume.

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