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Calle Ancha: cuando León se bajó del coche

Frente a la Catedral cruzaban al día un millar de vehículos hasta que, hace 25 años, cerró al tráfico

León

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La Ancha era una carretera de dos carriles y doble sentido con un millar de vehículos de tránsito diario, incluidos camiones de alto tonelaje. Serpenteaban desde la plaza de Santo Domingo hasta coronar Regla, saludaban a la Catedral, se amontonaban en los aparcamientos por detrás de la girola y se esparcían por la ciudad antigua, con sus callejuelas en las que la acera se limitaba a un bordillo. No había tasa para el tráfico. Hasta que la Ancha , hoy hace justo 25 años, se convirtió en un calle a partir de la cual se vertebró toda la peatonalización del casco histórico y se restringió el paso de los coches. 

Antes hubo que vencer la resistencia de comerciantes, hosteleros y vecinos, sobre todo del barrio del Ejido, que auguraban la muerte de sus negocios y zonas e, incluso, reclamaban la construcción de un túnel para comunicar desde la iglesia de San Marcelo hasta José María Fernández. Un cuarto de siglo después, la decisión de ponerle puertas al tráfico en la ciudad antigua no se cuestiona, aunque hay quien todavía incide en las molestias que, como vecinos o comerciantes, sufren por la restricción de la circulación. Pero, pese a «las muchas dificultades para que fuera aceptada tanto por los habitantes de la calle Ancha como los del Ejido, sin embargo inmediatamente se asumió por todo León y hoy es una obra irrenunciable, irreversible», como recalca el alcalde que sufrió las protestas.

Mario Amilivia sentencia que hoy en día «nadie se plantearía que por la calle Ancha hubiera un tránsito incesante de coches, que la Catedral funcionara como un aparcamiento de vehículos y que la parte de atrás de la seo fuera la carretera de Santander». «Sólo la contaminación y trepidación de los vehículos, incluidos los de gran tonelaje, le causaba al monumento más daño que sus siglos de existencia», concede el regidor que cambió la idea de ciudad.

Aunque «hay que pensar que se pasaba de una mentalidad a otra», como analiza Amilivia al recordar las plataformas de protesta que surgieron contra el proyecto. «Siempre dije que la ciudad tenía unos valores que conservar: la protección del entorno de los monumentos y la continuación de peatonalizaciones desde el punto de vista comercial, como se hizo después con Burgo Nuevo y las perpendiculares a Ordoño. Había que devolver la ciudad a los leoneses y poner al vehículo en un segundo lugar», razona el exregidor, quien incide en que como complemento siempre entendió que «había que poner aparcamientos subterráneos para coexistir».

Los problemas, que «también pasaron con San Isidoro o la plaza de San Marcos, donde alguien pedía que la gasolinera fuera declarada Bien de Interés Cultural (BIC)», se resolvieron y «las cosas buenas cuando pasa el tiempo se asumen con naturalidad y no se les atribuye gran mérito». Más en el casco histórico, como apostilla Amilivia, quien recuerda que en paralelo, como «recomendación del entonces alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, que fue un pionero en peatonalizar, se hizo con fondos europeos una limpieza de las fachadas». «Se descubrió una calle que era una preciosidad», anota Amilivia, quien defiende que la intervención «revalorizó la ciudad» para apostar por un modelo turístico del que hoy vive.

Un millar de tarjetas de acceso

El cierre de la circulación dejó apenas un millar de tarjetas de acceso que permitían entrar por las ocho puertas habilitadas. Hoy, esa cifra ronda las 2.400: 1.700 de residentes, 300 de cocheras o segundas viviendas y otras cerca de 390 de empresas de obras y similares. A mayores, los camiones de reparto de mercancías tienen desde las 06.00 hasta las 11.00 horas para cumplir tareas y, de facto, se hace la vista gorda con los padres de los niños escolarizados en los colegios de la ciudad antigua en los horarios de entrada y salida de clase. 

Su funcionamiento se ha regulado. Pero el 13 de abril de 1998 había «muchos riesgos, aunque luego se haya vistro que sido un renacimiento para el Húmedo», como reconoce el intendente jefe de la Policía Local en esos años. Martín Muñoz evoca que se apostó «un vermú con la quienes decían que la gente iba a dejar de ir a los restaurantes por falta de seguridad y que descendería la actividad de ocio». «Gané la apuesta porque yo defendí que era necesario y que no influiría», concede, convencido de que «se ha demostrado también que la peatonalización se necesitaba para relanzar su actividad turística y de ocio». «Nadie creo que hoy, después de 25 años, quiere volver a una situación con la Catedral ahogada por el tráfico, la calle Ancha colapsada... Nadie», subraya.

Dos caras

Los vecinos del Ejido admiten el éxito, pero recuerdan que han sido los perjudicados

Menos que nadie, la hosteleros, como admite Raimundo Alonso, Mundi. El presidente de los hosteleros del Húmedo recuerda que su guerra fue anterior al cierre de la calle Ancha, cuando le exigieron «a Morano que mientras no se hiciera el aparcamiento subterráneo no se firmaba la peatonalización». Estos primeros cortes, con la reurbanización de la plaza de San Martín y aledaños, «vino muy bien a todo el Húmedo, fue todo un éxito», como reseña el mítico hostelero de El Infierno, hoy ya jubilado, quien conviene que «sí que hubo protestas en la plaza de abastos y, a partir de ahí, sufrió una gran bajada».

En el comercio, la clientela «se hizo mucho más de paso», como observa María José Alonso Núñez. La titular desde hace 43 años de la farmacia Merino, en plena calle Ancha, señala que en la balanza pesa «más lo bueno» de la restricción del tráfico porque «significa que hay mucha gente», aunque apostilla que «también tiene su lado malo porque, sin coche, a la gente más alejada le cuesta acceder». «Pero, en general, ha sido beneficioso para todos», valora la farmacéutica para que no quede duda de su análisis de la evolución 25 años después.

Más crítico se muestra Luis Cristóbal. El tercer miembro de la saga de Casa Tele, el comercio abierto en 1936 por su abuelo Feliciano y continuado por su progenitor, Domingo, mira con recelo desde la cristalera del local ubicado en el esquinazo de la Ancha con la Paloma. «¿Por dónde empezamos?», pregunta como respuesta al interrogante sobre el cierre la peatonalización del vial que vertebra el casco histórico, antes de resolver que fue «una tragedia de obra: mal planificada, mal organizada y mal desarrollada». «Hicieron mal el levantamiento topográfico y cambiaron hasta el curso de aguas del desagüe de la plaza. Cuando llueve, tienen que venir cada cierto tiempo a limpiar. Tuvimos que pararles las obras porque nos iban a dejar un escalón y luego nos querían levantar el suelo de la tienda para compensar el error. A mi padre le costó un infarto», rememora.

El antecedente de la obra se extiende a su ponderación del resultado. «¿De qué ha servido?», se vuelve a preguntar, antes de apuntar al escaparate para orientar la mirada con la sentencia de que «ha servido para dejar un erial, una solar donde había una placita encantadora con los jardines». «Ha servido para ocupación espacio público para la hostelería que es quien se ha desarrollado. Yo, como no saque un día los frigoríficos a la calle», ironiza, antes de citar que llegaron a trabajar «44 personas, con cuadrillas de antenistas y fontaneros», y que ya habían bajado a 15 cuando se cerró al tráfico la Ancha, lo que les llevó a «cerrar el taller de reparaciones porque no había acceso». 

Ahora, quedan dos en plantilla, remata Luis Cristóbal. Aunque advierte de que «la tienda está ubicada en el mejor sitio, no va a tener problemas nunca». «Si a nosotros nos va mal, León se muere», vaticina, pese a que censura que la capital leonesa «es un parque temático, una ciudad de fin de semana, de trolley, como se ha visto en semana Santa». Su perfil como vecino de la casa, que no pueden entrar con el vehículo cuando les da «la gana» y condicionados por casas «sin cocheras», tampoco mejora su análisis. «Qué duda cabe de que los tiros van por ahí, por las peatonalizaciones, pero para lo nuestro...», deja caer, asomado a la puerta por delante de la que no paran de pasar turistas. «Mi padre pidió firmas para que quedara un carril en la Calle Ancha. Mira cómo quedó el Ejido: machacado, muerto», recalca.

La lucha con augurio cumplido

La opinión la comparten en el barrio aludido, donde la plataforma de industriales formada hace 25 años llegó a recoger 5.402 firmas para que no se cerrara la Calle Ancha. Su lucha centró manifestaciones, caravanas de coches, intervenciones en los plenos, reuniones... Hasta plantearon un proyecto para construir un túnel desde Santo Domingo hasta José María Fernández, en el que se llegó a hablar de un presupuesto de 2.000 millones de pesetas de entonces (12 millones de euros al cambio), en el que insistían en que no se podía «temer la aparición de restos porque se podía construir a 10 metros de profundidad».

No se hizo, ni tampoco se dejó el carril abierto, y El Ejido «quedó condenado», como subraya Verónica Llamas. Desde dentro de la cocina del bar Albatros, su madre, Carmelina Sánchez, asiente. Lleva en este local, a mitad de José María Fernández, 46 años; suficiente para ver que la evolución desde el cierre al tráfico de la Calle Ancha fue «malísima para el barrio». «Ahora, encima, con la peatonalización de Los Cubos, nos cierran más. Hay ratos que no pasan ni coches», explican, sin apenas tiempo para dar abasto a la demanda en la barra.

Fuera, el sol se cotiza en el parque de Batalla de Clavijo. Resguardado del viento en el entrante de un portal, Julio de Paz, «más de 60 años en el barrio», defiende que «es una pena porque está todo al revés». «De beneficio, nada. Para la ciudad a lo mejor, pero aquí nos han jodido», dictamina. A su lado, Ángel Álvarez, aunque «todos» le dicen «El Pipo», conviene que «es bueno lo peatonal, pero hay que dar más vueltas que el demonio para llegar al Ejido». 

El diagnóstico lo eleva el presidente de la asociación de vecinos Ejido Extramuros. Mariano Félix, que hace un cuarto de siglo ya dirigía el colectivo, insiste en que «para ir al Ejido se tiene que dar media vuelta a la ciudad y para salir sólo queda la ronda Este o Batalla de Clavijo». «El barrio se está muriendo. Muchos negocios han cerrado, nos han quitado hasta los bancos y nadie hace nada», se queja.

El lamento se apoya en la memoria de 1998, cuando les prometieron la Ronda Interior, «en la que todavía andan con las expropiaciones». «No estoy en contra. Ojalá hubiera más. La zona peatonal está perfectamente, pero a nosotros nadie nos ha compensado. Veinticinco años después vemos que el cierre del tráfico en el casco histórico ha sido un éxito, aunque hemos sido los perjudicados», abunda Mariano Félix.