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maría fuentes

León

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La cita se daba ahí cuando la gente no llevaba el teléfono en el bolsillo, sino que les esperaba en casa. La hora, entonces, tenía una importancia capital. Se quedaba y, si se llegaba tarde, se corría el riesgo de perderse el encuentro.

En ese universo, el reloj de Santo Domingo se alzaba como un monumento para guiar la vida cotidiana de León. Las generaciones que sobrepasan la frontera de los 40 años han quedado siempre a las 10 en el reloj desde que la autoridad puso el primero en 1927. Estropeado durante años, la Cámara de Comercio afrontó el coste de su renovación en diciembre de 2009. Ahora, ese «ojo voraz, tan implacable como inocente», como lo definió Luis Mateo Díez, lleva más de dos meses parado a las 12. Ya nadie mira para el reloj de Santo Domingo, que amenaza con quedar, qué paradoja, arrumbado en el tiempo.