«Estuve tanto tiempo sin saber qué bicho era, que lo llamé ‘Débora’»
Múltiples biopsias
El secreto de la Xana
Hace una década, cuando saboreaba sus prometedores 32 años y acababa de regresar de Iquito, en la región de Loreto en la Amazonía, la bióloga leonesa Patricia Casas pensó que se había quemado en el brazo con un cigarrillo. Fue al centro de salud de Pedrún de Torío, pero las pomadas no lograban que remitiera. De hecho, la úlcera creció tanto y mutó hacia unas tonalidades que se asustó y decidió acudir a Urgencias del Hospital de León.
«Tenía tan mala pinta, que empezaron a hacer cultivos y no daban con qué era. Algo normal, porque por lo que he leído después, tarda tres meses en crecer». El primer despiste vino porque ella había residido durante cinco meses en Perú con una investigación sobre el mono tocón y había trabajado con mucha fauna en un centro de recuperación. Había alargado el viaje para realizar un curso de manipulación de animales salvajes.
«El buruli procede de África y, claro, cuando preguntaban a doctores de Perú que era de donde venía yo, no conocían casos similares. Me pusieron un cóctel de antibióticos de amplio espectro, pero no daba resultado, así que comenzaron a mandar cachitos míos a Madrid, Oviedo, Zaragoza, Inglaterra y Australia». Recuerda que como no sabía qué era, «la llamaba ‘Débora’, porque iba comiendo la carne y lo peor, necropsiaba la lesión». Por eso Patricia Casas tiene en un pedestal al doctor José Guerra, «porque fue él el que con su empeño descubrió y determinó el diagnóstico y luego un tratamiento eficaz. No me dejó en esos cuatro años que se tardó en el proceso». El primer combinado con tres antibióticos que le suministraron le causó una pérdida de audición del 30% y Guerra lo recondujo hasta dar con la clave.
Se emociona al hablar de este internista que «se volcó conmigo, llevaba mi teléfono en su bata y siempre una carpetilla bajo el brazo con mi caso, que duró cuatro años e incluyó una recidiva porque la bicha era muy lista y se resistió a los tratamientos iniciales encapsulándose en vainas de queratina para protegerse. Fue la última operación en el brazo, para quitar esas burbujas».
En esa lucha «larga y tortuosa» tuvo el apoyo de su pareja, Israel Ugidos, al que define como su «compi, cuidador, fotógrafo y enfermero particular con estómago, porque la lesión era desagradable y alcanzó los doce centímetros».
Parece que el vector de transmisión es un mosquito, lo que le hizo «dejar un poco de lado mi pasión por los animales. Ahora me dedico a la hostelería en Pedrún, con un aula de la naturaleza, albergue y centro de educación ambiental. Ya me voy animando para añadir un centro de recuperación de especies». El nombre no tiene desperdicio: La Xana, en refrencia, según explica, al hada protectaora de bosques y ríos, pero también «porque cuando inicié el proyecto estaba sana». Patricia Casas contactó con decenas de oenegés para que su caso sirviera para curar a contagiados de buruli, pero hasta ahora no ha tenido eco, porque las enfermedades olvidadas son eso hasta que alguien cambia el rumbo.