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León celebra con júbilo el foro u oferta de Las Cabezadas

La capital leonesa se vuelca con la ceremonia de las Cabezadas, de gran arraigo social y cultural y una trayectoria de ocho siglos por el agradecimiento del pueblo a San Isidoro, que evitó la devastación en 1158

El enfrentamiento dialéctico anual volvió a terminar en empate.F. Otero Perandones

Publicado por
L. U.
León

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Hay pocas mañanas de León más solemnes que esta de abril que saludan las Cabezadas; el redoble del tambor al paso de la comitiva municipal camino de San Isidoro; el repique de las campanas de la basílica, la curia, la pose imperial de la real cofradía del Pendón. Tampoco se resolvió esta vez con un acuerdo sobre si las ofrendas al santo son un acto «libre y voluntario», o una «obligación», como cree el clero. Tablas desde el siglo XII, en aras de la tradición y la riqueza y el arraigo cultural y religioso que empapa este momento de la ciudad. Incomparable. El debate, el escenario, la puesta en escena. La enjundia; el esplendor de una tierra que hoy no es más que un espectro de aquella grandeza. El pueblo de León volvió a agradecer a San Isidoro con un «cirio de arroba bien cumplida y dos hachones de cera» su mediación para que acabara con la sequía que asoló León en 1158 bajo el reinado de Fernando II. Que lo hace como ofrenda. Y el clero, que no; que el pueblo se ve obligado a repetir la ofrenda cada año; y los paganos, firmes con que se trata de un acto libre y voluntario. El último domingo de abril, León se cubre con un cielo florentino, capaz de dar luz a un repertorio de raíz medieval y que inspiró un renacimiento. Un representante municipal, el llamado síndico, y uno del Cabildo, el capitular, que discuten sin solución.

El síndico fue el concejal de Régimen Interior, Movilidad y Deportes, Vicente Canuria, que se lanzó al debate con la inteligencia artificial entre los dientes para certificar que sí, que allí fue sin un puñal en el costado, y que resulta contrario a la naturaleza del derecho que alguien declare en una causa si tiene interés en ella; interés se le supuso a Lucas de Tuy; y al Cabildo le sugirió rebautizar la celebración como «la fiesta de los cabezotas» que «no terminan de entender que se acude de forma voluntaria». Se sugiere a la curia otra estética, tipo a los calcetines que suele vestir el alcalde de León. Si el síndico es letrado en leyes mundanas, el canónigo Manuel García lo es en la ley de Dios, y en la de los hombres, por lo que inspira la costumbre, recordó, antes de asumir la cerrazón de la parte municipal, que resulta igual que predicar en desierto. «El sermón perdido» anticipó las tablas, que emplazan a la siguiente cita, del pueblo leal de León con el santo Isidoro que le libró las garras de la sequía en 1158, cuando el cambio climático no era tema recurrente en los noticieros. Canuria entregó el cirio y los hachones al obispo de la Diócesis, Luis Ángel de las Heras. La eucaristía, igual de solemne, cerró la ceremonia leonesa, del pueblo de León, en honor al santo que lo rescató de la penuria.

De San Isidoro se sale con las tres reverencias, Las Cabezadas que dan ahora luz a la tradición que se remonta al año 1158 cuando, para evitar una catastrófica sequía sobre la capital, los leoneses procesionaron el arca de las reliquias de San Isidoro hasta Trobajo, donde la urna comenzó a pesar y quedó anclada. Fue doña Sancha, esposa del rey Fernando, quien acudió al lugar, y después de tres días de ayuno y oración, tocó el arca, el peso se alivió, regresó a la Colegiata, se abrieron los cielos y llovió a cántaros.

Acudió mucho público, como cada año, a presenciar la tradicional ceremonia.DL