Zapico recibe la ovación de su plaza por toda una vida dedicada a los toros
Gustavo Postigo y El Fandi entregan una placa conmemorativa al veterano torero leonés
Quizá el motivo era lo de menos. Lo de más, la deuda del mundo de los toros en León con Felipe Zapico, y el cariño de la familia Postigo al veterano torero leonés. Que ayer ocupó su burladero como siempre, con su familia, como siempre. Pero con un nudo en la garganta antes de que se arrancara el paseíllo. La plaza de toros del Parque, por la que él tanto luchó. le rendía homenaje. Recibió una placa en la que queda claro que esta es «su» plaza. De manos de Gustavo Postigo del Fandi. Y un aplauso cerrado que recibió primero desde el tercio, para arrancarse después hasta los medios.
Allí se desmonteró de su inseparable sombrero para saludar a una cariñosísima afición con torería. También hincó sus rodillas de más de 90 años para recoger un puñado de albero que se llevó a los labios y al corazón.
Torero siempre en las formas. También en el fondo. Porque un torero tiene arte y tiene gato. Tiene generosidad y tiene celos. Tiene arte y picardía. Tiene valor y mucho miedo. No sólo al toro. Felipe no se ha resistido a pecar, a la vez que temía la penitencia y el castigo. Aprecia como pocos el perdón. De los suyos. De su gente, pero por encima de todos de su familia. No sería nadie sin ellos y no muestra mayor orgullo no por la raza, sino por el talento y el talante de quienes le han acompañado en su aventura y le han acunado en sus descalabros. El pícaro de pico hábil tiene una debilidad. Y presume de ella con orgullo.
Porque si arte tienen su Luis Miguel torero y empresario y su Felipe poeta y músico, no menos atesoran sus bellas Conchis, que todo espíritu bohemio requiere de un andamiaje que le ancle a la realidad y ponga sentido práctico en su día a día.
Zapico ha sido de todo en lo que de recovecos tiene el mundo del toro. Que no es poco. Un universo de figurantes, como todos los demás. Si acaso algo más descabalado. Voltea en sus piruetas a figuras con lentejuelas y tramoyistas anónimos, reyezuelos en sus plazas y tunantes en cada esquina, soñadores de gloria y tragadores de miserias de todo tipo. Maletillas con fortuna y torerillos con ángel y sin padrino.
Por encima de todo ello Zapico ha sido durante décadas la voz y la conciencia del toro bravo en León. Bravo. Una voz protagonista que requiere atención, porque siempre ha dicho que le gusta más una foto que un cocido; pero una voz que nada ni nadie ha conseguido callar en ninguna circunstancia.
Un espíritu que navega a su rumbo, no pocas veces con el viento en contra. No le callaron ni los vetos como banderillero ni los malos tiempos para la tauromaquia en León (en general, ya se sabe que este es un mundo quejumbroso y lastimero).
No le han dolido prendas en alabar sin complejos a quienes admiraba ni en dar cera a los que se le venían cruzados. También en la vida su toreo se ha vuelto mucho más templado. A estas alturas, no quiere dejar rencillas detrás de él.
Ayer este personaje único del paisanaje leonés recibió desde el mismo albero de la plaza del Parque no solo el reconocimiento, sino el cariño de una afición por cuyos intereses ha velado siempre. En el coso por el que nunca dejó de luchar. Con la torería que no le abandonará jamás. El maestro está para muchos homenajes más. Nunca serán suficientes.