«Para los niños era como el cine, un divertimento, esperar el agua y a correr»
«Nuestros padres iban lo primero a ayudar en casa de «Misas», donde el agua llegaba a tapar la ventana porque se sitúa en una vaguada», rememora Javier Cuevas, quien con Modesto Fernández, señala que a las viviendas de la tercera fase «no les quitabas la humedad nunca», porque carecían de calefacción, estaban construidas sin cimientos, con malos materiales, algunas con suelo de tierra y se mojaban dos o tres veces cada año.
Fernández regresó en 1977 de Suiza, donde estuvo trabajando y al coger un taxi en la estación y decir «lléveme a Pinilla, me preguntó a qué fase y al contestarle que a la tercera se negó porque tenía un metro de agua». David Martínez añade que en cuanto se escuchaban los gritos de «que viene el agua, íbamos hasta la sexta fase, las casas rojas del final, donde había un revuelo por la inminencia de la riada. Nos asomábamos hasta el prado que estaba detrás de la vía y veíamos como empezaba a empantanar el agua. El juego era ¿cruzará la vía?, y cuando lo hacía, a correr. Venía luego despacio pr la calle Sil y nosotros por delante sin que nos pillara y en la vaguada de San José empezaba a acumularse, se sumaba la vaguada de San Andrés y todo era una balsa».
Los tres apuntan que parte del barrio se levantó sobre un acuífero. «Yo, cuando construí mi casa, encontré a tres metros de profundidad un remolino de arena de casi cuatro metros de diámetro», asegura Martínez. Por eso, «aunque en León haya sequía, aquí los pozos siempre tienen agua», puntualiza Fernández. Como es un barrio, a sus relatos en la calle se suma Amelia Crespo, la mayor de la zona con 100 años. Ella se acuerda de las inundaciones de medio metro de Villanueva del Árbol, que «llegaban al primer peldaño de la escalera. ¿Y qué hacíamos?, nos aguantábamos y a sacarla con calderos. Hay que tirar para alante».
En Pinilla también quedaba «quitar el barro y encender la cocina, fregar y barrer». La verdad es que los desbordamientos de la Presa del Bernesga eran como el cine para los chavales, «un divertimento». Corrían, se mojaban y chillaban anunciando que ya venía el agua hasta que el Ayuntamiento de San Andrés comenzó a encauzar la presa con 80 millones de las antiguas pesetas y el barrizal fue quedando en el olvido, junto con los avisos desde la sexta fase a las siguientes. En realidad, antes ya se habían olvidado en el resto de la provincia, «porque al ser tan frecuentes ni en el periódico nos dedicaban líneas», indican.
Entender Pinilla es comprender sus seis fases. Las primeras llaves se entregaron en 1947 impulsadas por el primer gobernador nombrado por el Caudillo, Carlos Pinilla Touriño, que había aterrizado terminada la Guerra Civil en una provincia empobrecida y con una altísima tasa de paro. Con todo el poder que le daba el nuevo régimen, apostó por construir viviendas populares, llamadas en la época «ultrabaratas» por medio de la Obra del Hogar Nacional Sindicalista. Para ello eligió 300.000 m2 en la periferia de la ciudad para levantar 750 casas. El terreno era propiedad de una familia socialista de origen asturiano, a la cual se les expropió tras finalizar la guerra, porque habían huíod de España para evitar su fusilamiento por ser rojos. Años después, la familia intentó recibir una compensación por el robo legal, pero los tribunales alegaron que el hecho ya había prescrito.
La primera fase para chalés de 100 metros cuadrados, jardín y sótano para los mutilados de guerra. «Luego hicieron otra de medio pelo desde la calle San José hasta la calle Esla para afines y el tercer grupo para quien las pidió. Eran 59 metros sin ventanas, puertas y el suelo de tierra», indica Modesto. La cuarta fase incorporó bloques de tres alturas con diferentes medidas según se fuera más o menos afín al Sindicato Vertical. La quinta acogió a los desalojados de Riaño por el embalse con cuatro alturas y la sexta se situó junto al antiguo paso a nivel.