Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER
Y vinieron los Reyes...
NO creo que en estos tiempos nuestros tan ajetreados, tan complicados, tan confundidores, que existan todavía niños con derecho a voto, que acepten sin sonreirse burlonamente de sus mayores tradicionales, la historia de los Reyes Magos, que, cargados con grandes cantidades de juguetería y artículos de regalos penetran en nuestros hogares para estimular nuestras buenas tendencias naturales concediéndonos todo aquello que les hayamos pedido dentro del cálculo presupuestario familiar. Los niños que fueron buenos durante todo el curso serán gratificados, mientas que los perversos que ni siquiera aprobaron el recreo, verán sus zapatitos llenos de carbón o quizá de chapapote que es mucho más barato porque el mar nos lo proporciona gratuitamente. Con la mejor voluntad del mundo aceptamos la historia de Herodes y la huida a Egipto y la llegada de tres sabios de Oriente Medio para rendir pleitesía al que las profecías habían anunciado como Rey del pueblo judío. Todo ello es bonito y se presta para la fabulación de la Pascua, pero, sin incurrir en despropósitos radicales muy bien podría explicarseles a estos niños anhelantes que la fabulación de los Reyes Magos, de sus jugueterías y regalos, de sus repartos y galardones no es sino un modo como otro cualquiera de provocar el espíritu consumista del ser humano. Los avispados e imaginativos señores del comercio, de la industria, de la Banca y de la Bolsa, entendieron inmediatamente que de aquella bonita historia de Melchor, Gaspar y Baltasar podría sacarse tanto provecho como de un pozo de petróleo, y sin andarse con rodeos legales, santificaron el día y convirtieron lo que no era sino una bonita fábula, en un episodio bíblico de obligado entendimiento. Y los niños de la primera época crecieron con la idea prendida con alfileres de oro en sus tiernos corazoncitos de que efectivamente los Reyes Magos existían, como existe Don Tranquilino el de la tienda de abastos. Y los padrecitos amantes de sus hijos se unieron a los comerciantes y a los cuentistas de historias y aceptaron la historieta de los monarcas del oro, del incienso y de la mirra, dado que de esta manera tenían más o menos sujetos por el interés bastardo del regalo a los niños díscolos y un tanto retorciditos. Los Ayuntamientos, las señoras Diputaciones, los Cabildos, las ONG, las Asociaciones de la Buena Mesa, los Roperos de Santa Rita, todos a una, como los de Laguna, entendieron que efectivamente aquella historia de los Reyes Magos en tecnicolor podría muy bien servir para imponer disciplina, orden y concierto, en una sociedad espantosamente laica y añadieron a sus programas de festejos, entre los carnavales y las fiestas patronales, con sopas a la intemperie, la Festividad de los Reyes Magos, cuanto más magos mejor. Y oiga, señora, no es que a mí se me antoje desmontar el tinglado de los Reyes Magos porque nunca fueron conmigo demasiado generosos, sino porque pienso, entiendo, con todas las cautelas y respetos que sean necesarios, que el mantenimiento de esta clase de ideofagias solamente contribuye a que los niños, algunos niños de algodón, en lugar de contemplar solidariamente y con voluntad de servicio que se decía en los mejores tiempos, el proceso de crecimiento hasta hacerse hombres de conciencia, de provecho y dignidad, se atengan a estos trucos comerciales con rebajas y con desfiles, para no ver la realidad. Bien está que se les cuente a los niños la historia de los Reyes Magos como está bien que se les imponga la lista de los Reyes Godos, pero salvando lo que la historia tiene de fábula, de leyenda y lo que la Sociedad exige de realidad, de solidaridad y de buena voluntad. Vamos a ver si nos entendemos: Bienvenidos sean estos Reyes Magos y todos aquellos que pudieran inventarse, pero sin que sirvan para ocultar, para disfrazar, para justificar realidades mucho más sangrientas. ¿Como puede compaginarse el espíritu peleón de la América de Don George con la generosidad social de la historia de los Reyes Magos?.