Diario de León

Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿España va bien?

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León

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Ya no estoy tan seguro como estaba hace tres o cuatro años. Ahora, quizá por los efectos oscuros del Prestige, que es como un castigo por nuestra soberbia, suponiéndonos, entre los pueblos elegidos por la Providencia para dirigir los mundos, con permiso de Bush. En aquellos tiempos felices en los cuales un egregio personaje, con permiso para engañar, se asomaba al balcón de los grandes acontecimientos para decirnos que no tengamos miedo, aunque se suban los precios de la electricidad, del pan, de la carne de vaca y del vino de garrafón, pues aunque las apariencias dijeran lo contrario, se nos repetía que no tuviéramos aprensión, ni temor, porque España va bien. E irá mejor, mucho mejor, así que se cumplan todas las prescripciones pensadas por nosotros, vuestros padres putativos. Y nosotros, ciudadanos de paz y de paciencia, lo creímos y nos dedicamos a disfrutar de la prosperidad que nos llegaba, de la mano providencial de esos milagrosos gobernantes. Y no era, ni es, que España hubiera puesto una pica en Flandes, era que los señores de la administración, dueños de los mecanismos de comunicación y manipulación de conciencias, habían conseguido, en una maniobra sensacional, que la mayor parte del personal comulgara con las «ruedas de molino» que servían las televisiones de Berlusconi. Y los atentos y dóciles consumidores de bazofia televisiva aceptaron cuanto se les dictó desde las tribunas teledirigidas. Y aunque en esas estamos, cuando la declinación de la poderosa banca registró los movimientos sísmicos de la inflación y los sismógrafos comenzaron a registrar pérdidas muy sensibles y los mares echaron por sus negras bocanas fuel maldito y míseros inmigrantes, nos dimos al fin cuenta de que no era oro todo lo que relucía, y de que incluso el euro se había convertido en una moneda traidora, llegando a la dolorosa conclusión de que también en la España renovadora de la derecha civilizada y de la oposición de terciopelo se producían irregularidades y hecatombes bíblicas, nos dimos cuenta de que España, a lo peor, no iba tan bien como decían aquellos que aspiraban a someternos de la forma más siniestra: engañándonos como a bobos de Coria... No hizo siquiera falta que barcos piratas se rompieran frente a nuestras costas y nos llenaran de porquería, ni que la imprevisión e incompetencia de quien fuera, nos hundiera en el terreno pantanoso de la grandísima deuda nacional de los paises fracasados; ni que al fin descubriéramos que el euro había contribuido al desarrollo de una maña comercial perniciosa mediante la cual, con la disculpa del llamado «robondeo», porque de un robo encubierto se trata, advirtiéramos al fin de que nos encontrábamos sumidos en el más sucio chapapote nacional que vieran los siglos. Alguien tiene que pagar los vidrios rotos y huelga decir quienes seremos, como se pone de manifiesto, apenas traspasada la frontera del año 2002, con el anuncio absolutamente en serio del aumento de los precios en tarifas como la electricidad doméstica e industrial y el teléfono nuestro de cada día, y el transporte, y la vivienda... y la luna. Pagaremos y callaremos, aunque, eso sí, poniendo de manifiesto el espíritu solidario de un pueblo zarandeado por todos los malos vientos de la rosa. Soportando el enormísimo peso de tan duros quebrantos, nos entregaremos al divertido deporte de las rebajas y al no menos divertido, por absurdo y fuera de la realidad, del jugueteo de los Reyes Magos. Y el mundo seguirá andando y andando o más bien rodando, (porque es redondo) y se preparan las guerras de dominio absoluto y de muertes múltiples para la mayor gloria y provecho del señor de los anillos. No, señoras y señores, no vamos bien, pero, por favor, no se dejen ganar por el desánimo, porque siempre que llovió escampó y más se perdió en Cuba y Filipinas. Y todos unidos, todos a una como los de Laguna, conseguiremos dominar la situación y renovar los fastos gloriosos de cuando en España no se ponía el sol. ¡Ahora es que no sale!

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