Diario de León

Luis Artigue EL AULLIDO

Las herejías privadas

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León

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LA soledad del corredor de fondo, del águila de vuelo alto, pero también su perspectiva. El camino de vuelta. La memoria reflexiva y nutriente... O, llamando a las cosas por su nombre, el reciente libro de pomas de Luis Antonio de Villena: Las herejías privadas. No es fácil encontrar en la poesía de la experiencia esta sinceridad apabullante -casi testimonial y cómplice- que no sólo puede alentar al lector en su propia singularidad, sino también acrecentar su comprensión y empatía al tiempo que ilumina el resto de la obra del autor y su trayectoria. Se trata de un repaso explícito, crudo y nutriente de los recuerdos de infancia y adolescencia, el despertar vital y sexual de un «niño negro», un ser con el «estigma de Caín» que diría Herman Hesse, con el estigma del distinto. Poco a poco este poeta va rastreando el origen de su diferencia, de su «legítima rareza», y se encuentra con olores, un cine de barrio, compañeros amados, las mujeres de su infancia, el padre e incluso aparece con nostalgia primigenia su abuelo Francisco. Pero, sobre todo lo demás, destaca la presencia del daño: «Este es un libro contra la culpa y contra el daño. Inútilmente a favor de la libertad grande, de la anchura moral de un mundo distinto». Y es que la memoria tiene estas cosas, este poder; se vuelve a veces carne y contexto de ciertas verdades. Acaso las anécdotas sean lo más impactante de este libro, pies van dando forma y lugar a las esencias, los chispazos y las reflexiones. La concreción llena de vida unas páginas con tinta (La vida puede ser tan triste como aquellas modistas.../ Maru, que algún dios salvaje y tierno/ alguno de nuestros comunes dioses/ golfanta hermana te haya protegido). Otra de las características que convierte a Las herejías privadas en camino es su contundente falta de pudor, su desnudez honrada, y así lo certifican poemas como Infancias y suicidios, Himno de adoración en silencio o Monumento neogótico madrileño. Hay también una evidente atracción por los perdedores, los fracasados, y no es difícil conectar este libro con aquel otro en el que recopilaba semblanzas de famosos perdedores, Biografía del fracaso. Entonces nuestro autor decía: «El perdedor es un paseante por un camino prohibido. Por ello también un buscador, un inquieto o un pionero, frente a la solidez del Orden -y del Triunfo- que da por sentada la base de la realidad y la vida, es decir, del Bien Permanente... Sólo los mejores pierden. Perder es una manera profunda de desacuerdo con el Sistema, con el Orden y con la Vida». Bien mirado, como nos enseña este escritor, la marginalidad y el fracaso pueden convertirse en triunfo e igualmente estos poemas, algunos muy duros, ahora son las huellas que conducen a un lúcido presente. Probablemente sin ellos el destino final del viaje habría sido distinto, acaso menos concienciado. Pero también ofrece este poemario otra lectura más reivindicativa, aquella en la que el autor nos sugiere que esta historia podría haber sido distinta, que necesitamos avanzar hacia un mundo más amplio y tolerante, con menos temor a lo distinto -da igual que la diferencia sea otra raza, otro credo, otro sexo, u otra opción o condición sexual-. Necesitamos, en lo que se refiere a la homosexualidad -el gran tema de este libro- dejar atrás la homofobia, por supuesto, pero también la hipocresía religiosa y los prejuicios inconscientes que nos ha legado ésta. Necesitamos entender con naturalidad que hay más de una forma de amar, pensar y ser, igual que hay más de una forma de hacer las cosas: no todas las calles son de dirección única. En este mundo globalizado y alienante que habitamos, Luis Antonio de Villena nos propone una vuelta al individuo, al yo sin fronteras convencionales, al ser único -todos lo somos- que no tiene por qué ahogarse en su propia infancia o isla. Y lo hace a través de la memoria herida, rica en detalles, deseo, lecciones y gente (...gente que fue la vida. Trenes/ luminosos hacia un vacío horizonte. Vagones sin luz, como nosotros mismos). Por su tono y su música repleta de ecos clásicos, por su sinceridad y lo necesario de su mensaje, me permito recomendarles este libro.

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