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Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS

Lección indispensable sobre el dinero

Publicado por
León

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ALGUNOS economistas que salen por la radio producen mucha risa, tan serios con sus análisis y sus pronósticos, sus coyunturas, sus índices y sus curvas, ahora también con las cotizaciones de la Bolsa que antes era cosa de algunos jubilados de Madrid y ahora hay unos sabihondos de pueblo que se las saben al dedillo y hacen con ellas lo mismo que los forenses a sus pacientes o lo que hacía Zola a sus personajes a quienes metía en su quirófano naturalista para poder exhibir sus vilezas. Por cierto que Zola escribió una novela que se llamaba precisamente El dinero, en francés Lïargent en la línea de sus estupendas truculencias sociales. Hoy Zola podría enriquecer su visión con las aportaciones de la moderna economía que ha logrado hacer unos distingos con el dinero que antes no existían pues solo se conocía el contante y el sonante que se metía en los fondos de los colchones y las divisas para meterlas en las cuentas corrientes de los Bancos de Suiza y de otros países falsos. Los finos le llamaban peculio y el pueblo mosca o guita. Por ahí acababa todo el muestrario. Gómez de la Serna desde su exilio argentino, y en lucha siempre con los periódicos, decía que para él el dinero era tan solo un tema de conversación. En la actualidad se diferencia claramente entre dinero negro, opaco y limpio: el negro para encargar delitos finos, el opaco para sobornar voluntades y el limpio para encargar flores y comprar comida destinada a las cagonas palomas del parque. Para mí el mejor es el negro porque es dinero ronco, afónico de gritar su origen siniestro, dinero ácido, que ulcera las manos pero aplaca los instintos. El dinero negro es acaso feo pero tiene gancho, ofrece las ondulaciones del pecado, del delito y de la excomunión, tiene el color de la segregación, color de cuervo a la búsqueda de restos frescos, de diablo que oficia ritos y se guarda además en la caja negra donde registramos nuestras fechorías. Al negro de la literatura, que es el personaje más fecundo de las letras, no le saldría una línea si no tuviera el aliciente de cobrar «en negro» aunque los escritores más honrados ponemos siempre lo que nos sopla nuestro negro en negrita. El peor es el dinero limpio porque tiene el aspecto aseado de un niño de primera comunión, de hiperclorhidria y de melindre, dinero cursi, apto para las cuentas de provincianos con muchos escrúpulos. Es dinero de cepillo de Iglesia, de dieta de funcionario a dieta, el que sirve para pagar la contribución. Un asco. Y el opaco es el dinero de quien quiere y no puede, de quien está dispuesto a pecar pero teme la reprimenda del padre confesor. Es el de quien siempre viste de gris porque tiene algo de escorbútico y lo emplea para, a escondidas, invitar a gambas a su amante. El opaco es el dinero con el que se hacen las opas hostiles y encanalladas. El dinero contemplado como es debido tiene algo de ave porque vaga por el espacio y por las mentes de todos nosotros y se le dispara desde ese apostadero que es el índice de precios, un indicio de cómo anda la economía. Allí quedan atrapados para ser observados por el experto que opera sobre ellos con la misma formalidad sacerdotal empleada en el mundo clásico respecto a las entrañas de las aves pues es sabido que la contemplación del hígado o el bazo de una vaca servía para adoptar severas decisiones. Una especie de lo que era la tabla Roseta de los egiptólogos. Hoy, el gobernante abre el índice de precios al consumo, le mira sus entretelas y dispone poner a pan y agua a cualquier curva de demanda que se desmanda. En el último Índice ha habido productos formales como la patata, el cordero o la balacadilla y productos indisciplinados como el guisante y la sardina. A estos últimos, el ministro les ha cargado de deberes para que se aprendan el tema de la inflación. ¿Quién nos lo hubiera dicho? La sardina, tan modosita ella, es la que nos ha amargado y por eso el gobierno ha decidido meterla en una lata que es el cuarto oscuro del colegio de nuestra infancia. Se dirá que todo esto es arbitrario pero prefiero este Índice al de libros prohibidos de la Iglesia, todo él penitencial, perverso, con aire de lápida.

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