Diario de León

Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

El voto indeciso y la abstención

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Me lanzo a la calle como un candidato más. Tenemos los días contados y no es cosa de malgastarles en el silencio y en la indiferencia. En estas elecciones ya anunciadas y «encetadas», que dicen los hablistas de la Babia leonesa, nos jugamos demasiado para eludir nuestro compromiso de hombres de este tiempo, de esta hora, entre burlesca y dramática que llama a nuestra puerta. Hubo un tiempo en mi escasa y alterada biografía en el cual me pareció que la actitud más correcta, más honrada y necesaria, dada la configuración de la sociedad y la disposición de sus miembros, era la de abstenerse de intervenir en el conflicto electoral. Ni como actor ni como espectador. La abstención era, si se quería, y aun si no se quería, una forma de protesta contra la enormísima trampa que para el español ha supuesto siempre o casi siempre, la selección de los hombres -y mujeres- que nos querían gobernar. No creíamos ni en la política ni en los políticos y argumentábamos que ante esta posición de negación absoluta, lo más honesto era no intervenir, declararse neutral, independiente y ajeno a la pelea zafia de los candidatos. Pero no en vano han transcurrido decenas de años y hemos consumido, con su sangre, sus miedos y sus deformaciones, doctrinales, naturales en todo proceso de cambio, tiranías castrenses y religiosas, guerras infames y post-guerras de inicua zafiedad... Al cabo de tanto sufrir, «para morirse uno», que diría Miguel Hernández, la sociedad española, intenta encontrar la postura definitiva que le permita rehacerse, rehabilitarse y corregir sus muchos defectos tradicionales. Si las elecciones para las que estamos llamados, no van a servir para esa gloriosa aventura de la redención de culpas históricas y el descubrimiento de rutas nuevas, entonces lo natural sería que la sociedad a la cual se apela solicitando el voto, diera la espalda y se liberara muy bien de incluirse entre los belicosos soldados de la nueva odisea electoral. Pero que nadie confunda las churras con las merinas: El frío no es la causa de la apatía del leonés, de su absoluta incapacidad para la exaltación, para la protesta, para la manifestación. Si a León le suprimen de las ciudades importantes a las cuales se le atribuirán decisivas tareas y autoridades; si a León le sustraen de los posibles beneficiarios de tal o cual industria; si a León se le sigue considerando como una reliquia histórica, con leyendas graciosas, con costumbres pintorescas y con un despliegue gastronómico realmente tentador, si todo esto acontece, y la población cada vez es más escasa y se limita el número de nuestros candidatos precisamente por la limitación poblacional; si todo esto nos sucede, no es por el frío, ni por el ayuntamiento, ni por la crecida de los ríos emblemáticos. Es sencillamente porque León y nosotros somos así, señora sin necesidad de atribuir a Valladolid ni a Boecillo, el que nos supriman de la lista de ciudades beneficiarias. Y no es que no haya hombres, que haberlos haylos, el caso es dar con ellos, sino que los hombres que real y verdaderamente han estado en situación de echarnos una mano para sacarnos del pozo, no tan solo no lo han hecho, sino que se han alistado con nuestros rivales en la disputa racional por las cosas que nos importan y que podrían conseguir elevar el número de población leonesa a los 250.000 habitantes, que es el mínimo que se exige para demostrar que León es una ciudad importante. El alcalde de la ciudad, don Mario Amilivia, convencido de que no se nos considera como en justicia nos corresponde gestiona activamente la rectificación de este mal entendido concepto de León como ciudad con futuro, pero no se necesita consultar con los augures del Vaticano para asegurar que pese a sus esfuerzos León continuará siendo meramente una referencia. En vista de lo cual, los electores que suelen ser contribuyentes y habitadores de la ciudad, aparecen, en esta hora sí que importante de la biografía de la ciudad sumidos en un mar de confusiones y sin saber si votar o no votar. Esta es la cuestión -que diría Shakespeare el inglés- y no el frío.

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