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Publicado por
León

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Escribir sobre nada es hacerlo sobre todo de forma condensada, febril, introspectiva; improvisar poesía, desbarrar. Ahora que sabemos que el periodismo hace caducar el lenguaje, consume las palabras y las vuelve instrumento como las petroleras tornan en instrumento a los presidentes de los gobiernos, lo podemos decir: las noticias no están hechas de palabras, los anuncios, las esquelas, las columnas de opinión no están hechas de palabras. En este mundo selvático palabras son sólo las que se refieren a ti. A ti, desconocida que caminas por la calle mientras escribo a deshora en un café. A ti que pasas portando tu sonrisa equinoccial, que me sonríes a través de la cristalera como pidiendo salir en esta página. Dueña de mis palabras, elocuente, hermosa desconocida que, en verdad, puede cambiar el mundo, sí. No hay palabras más oportunas que las sagradamente inútiles, las que dicen que me he inventado tu nombre, que te he escrito una carta y la he enviado a una dirección falsa, que has alquilado una buhardilla en el centro de mi memoria y estás viendo con lo justo, bohemia silenciosa, desde hace poco ahí. Escribir sobre nada es hablar acerca de lo desconocido, pero no con miedo sino con curiosidad y expectación. Reflexionar sobre un futuro en el que tú estarás junto a todo lo sencillo que aún no he descubierto. Siempre hay una hermosa muchacha con sonrisa de Océano Pacífico deambulando por la Calle Ramón y Cajal y embelleciendo la ciudad y esta columna. Siempre hay algo que decir. Ahora que no estás, que no has estado nunca ni vivirás para siempre en estas líneas, recordarte se parece a mejorarlo todo. Escribo sobre nada como quien empieza de nuevo, como quien coge la pluma por primera vez y siente esa emoción antigua y repetible de quien vio por primera vez el fuego, de quien observó por vez primera el arco iris, de quien te encontró al azar. De nada o sobre nada como si tú lo fueras todo, posibilidad imposible, belleza remota que pasa desapercibida para quien camina empujado por la inercia de la vida diaria. En cada cosa, en cada letra, en todas las páginas de este periódico hay algo gris que hoy bien podría definirse como ausencia de ti, como desconocimiento de ti, como la tragedia silenciosa que sufre quien trabaja por rutina porque nunca se ha topado inesperadamente contigo. ¡Qué pena! Sobre nada pero con contenido, con sustancia, contigo, llevado por el ritmo de una sonrisa capaz de hacer estallar las copas ("por mí que reviente el planeta en confeti esta noche", cantaba Aute). Improvisando. Fluyendo. Abandonándose. Dejando que tu ausencia abra un espacio nuevo donde quepan palabras, poemas visiones, sueños e incluso esto que redacto porque tú no lo sabes. Queda escrito en el viento. Queda sin escribir. Todo lo que no he dicho, a ti no te lo he dicho, y sobre lo que he afirmado me gusta saber que mañana no pensaré lo mismo. Escrito porque existes aunque el próximo sábado aquí lo rescribiré todo. Creerán que tú no sales pero yo soy consciente de que dejas en cada línea, en cada surco arado, tu semilla de tinta. Tu sonrisa poliédrica. Mis ganas de vivir. Te debo una sonrisa que ahora mismo te pago -¡por favor, otra copa!- al tiempo que comprendo que una desconocida se me puede subir a la cabeza igual que si bebiera whisky y cola toda la mañana, igual que un buen anuncio o los estribillos de los villancicos. Te debo una emoción en la montaña rusa de mi ánimo, y un mechero de gasolina para incendiar los malos momentos, y un saludo, y todo lo que no pude decir. Pequeña ave de paso, maga de los encuentros, peregrina que me ha hecho sentir como propio el verso de una vieja canción de Leonard Cohen: «puedo tocar tu cuerpo con mi mente». Hoy sí. Porque has agitado el oleaje de mi alma, porque me has despertado de pronto a la vida despierta, porque tengo la suerte de no conocerte te contemplo, te añoro, te conservo como entonces, me renuevo de ti mientras escribo y bailo el son que marcan las palabras. Si el destino lo quiere -no pierdo la esperanza- ojalá que te encuentre otra vez, que