Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS
Réquiem por el certificado difunto
El gobierno ha disparado sobre un ser vivo y lo ha abatido sin misericordia aparente. El gobierno ha decretado la muerte de un antepasado que gozaba de buena salud y de un recurso literario apreciable, henchido aún de cualidades sin explotar. Y lo ha hecho sin consultar y esto es imperdonable en un sistema democrático. Porque el gobierno ha matado el certificado. Nos quedamos huérfanos, privados de una de las señas de identidad de nuestras viejas oficinas, de nuestros añosos ministerios y ayuntamientos: ¿cuántos certificados habrá pedido a lo largo de su historia el subsecretario de Hacienda o el ayuntamiento de Oviedo? ¿y cuántos habrá expedido? Miles, millones, imposible contarlos. La vida administrativa ha estado construida sobre el certificado que es su entraña, su savia, lo que ha dado sentido a su vagar por los tiempos, y que ha justificado sueldos y prebendas. El certificado se pide o el certificado se expide y es en estas variantes de un mismo verbo donde se resume buena parte de las aventuras y las desventuras de esas señoronas hinchadas y papudas que son las Administraciones, atareadas en producir certificados, en leerlos, en archivarlos, hasta en comentarlos. Porque la máxima perversión de un funcionario está en comentar un certificado, en hacerlo centro de una tertulia, ocasión incluso para el chascarrillo. Es verdad que a veces el certificado no se expide sino que se expele como hace la locomotora por su chimenea con el humo pues hay servicios administrativos que han sido máquinas infatigables de fabricar certificados, que los han producido en series interminables como salidos de una cadena de montaje infinita y desafiante. Los famosos -penales- por ejemplo lo mismo servían para sacar el pasaporte como para pedir una licencia municipal de obras y eran una especie de -humus- donde se cimentaban las mejores empresas: un viaje por el extranjero o la construcción de la propia casa. De donde se sigue que el certificado ha jugado un papel indispensable en las vidas de muchos de nosotros porque con él en el bolsillo nos sentíamos protegidos y abrigados, a resguardo de sustos importunos. Es la visión del certificado como bufanda o como seguro para transitar. -He conseguido el certificado- decía el joven recién incorporado a la vida y era como decir -tengo novia- o -soy licenciado en Farmacia-, es decir, un salto cualificado en la cadena de las emociones humanas. El certificado ha sido además un pozo apto para extraer de él los más emocionantes significantes y significados, un venero de adorables confusiones, el criadero donde abastecerse de murmuraciones mal intencionadas. Como se ve un poderoso auxiliar para moverse por el mundo. Había la fe de vida, la fe de muerto, el certificado de últimas voluntades, el de haber pagado la contribución, el de buena conducta, el de -adhesión al movimiento-, el de ir a misa, el de no ir... Y cuando andábamos tan complacidos con toda esta riqueza nos ha llegado el asesinato del certificado. Solo el bohemio se abanicaba burlonamente con el certificado y aun lo despreciaba pero el ciudadano honrado siempre ha sabido ver en él la luz, el reflejo de su pasado, también la cifra de sus anhelos. Quevedo, en León, en san Marcos, cuando estaba preso, pedía todos los días un certificado al Consejo de Castilla que acreditara que no malquería al conde duque de Olivares aunque tenía mala suerte y lo que le daban era una manta con piojos. Porque a buen seguro que don Francisco sabía que un certificado salva como pan bendito que es administrado por la cachazuda sabiduría administrativa. Quevedo miraba el río Bernesga y soñaba con un barco que llegara cargado de certificados y de sellos que lo pusieran de nuevo en la Corte, para seguir zahiriendo, mayormente. ¿Saben de verdad las autoridades lo que hacen suprimiendo los certificados? ¿saben que han sido una suerte de hipogeo donde han vivido encerrados todos los misterios? ¿no se dan cuenta de que son la caja negra donde se guardan en fórmulas de prosa pintoresca nuestros crímenes adorables?