Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER
Ahora empieza el jubileo
NO es rigurosamente cierto que después de los debates, tan confundidores, tan ensayados, tan sometidos a los condicionamientos naturales de las circunstancias norteamericanas, que ahora viene el tiempo de la templanza, de la concordia y de la retirada de todas las armas. No será cierta tanta dicha, porque, dígase lo que se quiera, la guerra dejó un reguero de cadáveres, un mar de sangres y un clamor universal de desesperaciones. Y eso, por más que la inmensa minoría del mundo esté dispuesta a sentar la cabeza, a sellar con siete llaves todas las tumbas de los caudillos alevosos, no será posible, en decenas o centenas de años. Y en algunos sectores de la sociedad universal nunca jamás. Porque ndie sabe de alguna guerra cuyo recuerdo pudo ser borrado por un examen de conciencia ni por los muchos muertos que pudieran registrarse en los tremendos anales. La guerra del petróleo y del dominio del mundo por ese nuevo Gengis Khan salido de lo profundo de la tierra de Faulkner, seguirá inscrita en nuestro dietario hasta la consumación de varias generaciones. Sucederá lo que en todas las guerras. Nosotros, los españoles, tenemos experiencias profundas: Durante tres años extendimos la muerte, la miseria y la desolación. Y cuando, derrotado el presunto enemigo, se instauró un régimen corrector, se percibieron claras señales de persistencia de muchos de los males que, según se afirmaba nos habían llevado a reiterar la parábola sangrienta de Caín y Abel... Han pasado más de cincuenta años, y todavía andamos escarbando la tierra para rescatar los muertos de la guerra. Cuando en el año 39 se formalizaron los principios de recuperación universal, después de producir veinte millones de muertos, también se firmaron documentos prometedores de una felicidad elaborada a brazo por estadísticas geniales. Aquellas y las otras guerras dieron lugar a una extraña corrupción social, que se pretende corregir con esta otra guerra de las arenas bíblicas. Pasarán algunos años, durante los cuales los vencedores emplearán el tiempo en repartirse el botín y en establecer bases de dominio estable. En vano. Porque, transcurridos los primeros años de probaturas inevitablemente se llegará al inevitable laberinto económico en el cual se graduará la otra guerra. Decía Vicente Aleixandre, que era un poeta, y por lo tanto un adivino: «La guerra fue porque está siendo; yerran los que la nombran». Y no vale que carguemos nuestra concuencia de paciente humor como que mantengamos el furor entre el cañaveral de nuestras sangres. La guerra fue, porque está siendo. Porque llevamos la guerra con nosotros, porque somos seres para la muerte. En esta hora tremenda de la miserable contienda, nosotros, los españolitos, andamos en otra de nuestras guerras clásicas: Las electorales, ya tenemos dispuestos los capitanes y la hueste. Contamos con armas y hombres. Las distintas facciones en liza se aprestan para el gran encuentro, por los días finales del mes de mayo. Elegiremos, convertiremos en campeones de nuestras demandas locales, provinciales y autonómicas a los mejores. Y que Dios nos asista: Porque ni siquiera en esta clase de contiendas, nos es permitido corregir nuestros propios errores. Aquellos a los cuales concedamos nuestra confianza permanecerán al frente de nuestros destinos, cuatro años. Plazo suficiente para hundir a un pueblo o para rehabilitarle, para salvarle de sus propios extravíos. Observen ustedes la prudencia, el cuidado, la cautela con que hasta nosotros, deslenguados críticos de la realidad, procuramos no subrayar los valores que a cada uno de los contendientes garantiza ante el común de los vecinos ¡Que se equivoquen solos! decimos y les dejamos solos con su sentido personal de la responsabilidad. Y tampoco es eso. Porque una vez resuelto el pleito electoral, los vencedores se convierten en sensibles funcionarios de un mecanismo del que todos formamos parte. La guerra oscura del Oriente puede haber comenzado. La muerte se anuncia para el 25 de Mayo. Que es el mes de las flores. De las flores o de la pólvora.