Luis Artigue EL AULLIDO
Las fallas de Bagdad
Si uno cierra los ojos durante la mascletá puede sentirse en Bagdad sorteando las bombas preventivas; si uno ve los bombardeos nocturnos que nos transmite la CNN le puede parecer que está presenciando las Fallas de Valencia. Ya ven. Nos muestran la parte visible de todo mientras nos explican lo bueno que es, sin duda porque nos toman por tontos. Las Fallas levantinas esparcen por el ambiente la alegría de una guerra de mentira, pero es triste saber que al mismo tiempo Iraq disfruta de unas Fallas de verdad con el mismo estruendo, el mismo olor a pólvora, idéntico cielo pero, además, con muertos. En la tele las noticias encadenadas van tan rápido que uno no sabe cuándo se refieren a la guerra y cuándo a las Fallas ya que, como los muertos nunca salen en pantalla, todo parece lo mismo. Así las cosas, la guerra televisada con rayos infrarrojos de visión nocturna es un espectáculo colorista que parece diseñado por un esteta. Ilumina alegremente la noche iraquí con fuegos artificiales o bombas racimo que, en el telediario, vienen a ser lo mismo. Da gusto ver la guerra en las noticias, y que te vayan explicando quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Y que no te hablen de dinero o de petróleo sino de valores éticos, de daños colaterales y del eje del mal. Fíjense: por más paciencia que le echen no escucharán vocablos como masacre, expolio, ilegalidad o conveniencia, y mucho menos otros como mezquindad, asesinato, exterminio o robo, y es que ese tipo de palabras no salen en el telediario ni en la ópera. De todas formas las Fallas de Bagdad son muy peliculeras. Nosotros ya hemos estado en Valencia y por eso sabemos que esa movida pirotécnica de la CNN, aparte de mimética resulta un poco cutre y cruel. Es como esos decorados que pretenden ser China y sólo engañan a los que no han estado nunca en China. Aún así este espectáculo visual -bélico y naïf al mismo tiempo- sirve para avisarnos, por si nos importa, de que ya estamos en guerra y por eso van a matar gente pobre a discreción sin avisarnos, sin que nos demos cuenta y por nuestro bien. En caso de que nos pique la curiosidad o la conciencia, podemos ver la guerra por la tele, aunque seguramente no tendremos muchas ganas de dejarnos desinformar por los medios de manipulación porque estamos en tiempo de Fallas. Nunca se me hubiera ocurrido que las Fallas y la Guerra del Golfo tuvieran nada que ver, pero últimamente empiezo a pensar que, acaso, forman parte de lo mismo: dos maniobras de distracción para que no nos enteremos nunca de quién es el golfo. Todos salimos a la calle, clamamos, protestamos, nos manifestamos diciendo a todo jazz que queremos más Fallas y menos guerra, pero nuestros gobernantes siempre confunden una cosa con la otra. Y en rueda de prensa lo explican: que no era la guerra sino las Fallas, que no era una carroza tirada por caballos sino una calabaza arrastrada por ratas, que no es por economía sino por ideología, que no caen bombas sino paquetitos de comida, que una sirena no es más que una sardina con malformación congénita, y así por el estilo. Y el caso es que se mienten tan bien a si mismos que acaban engañándonos a nosotros. ¿Los Presidentes de los gobiernos no serán creadores de ficción? Ahí tienen, señoras y señores, al presentador del telediario como un mago de feria que esconde sus dos manos tras la espalda, y saca luego dos puños cerrados que pone juntos delante de si para que acertemos en cuál tiene las Fallas, y en cuál esconde la guerra. No hay modo de adivinarlo. No sé. Una vez me creí eso de que cuando un poeta señala a la luna el loco mira al dedo, pero hace ya tiempo que no hay modo humano de saber quién es el poeta y quién el loco. Lo único que está verdaderamente claro es que en la luna no hay petróleo, porque en tal caso los americanos habrían puesto allí un gobierno manejable en vez de una bandera. ¡Viva la locura!