Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS
Gusanos
Abuenas horas nos aclara un científico chino que el hombre proviene de un gusano que vivió en la tierra hace más de quinientos años. Porque creo que nadie en sus cabales puede dudar de que este bicho que habita el planeta, y al que por un elegante circunloquio se le conoce como persona humana, descienda de ese invertebrado blando al que la zoología llama gusano. Un bicho que se arrastra contrayendo y estirando el cuerpo, como la lombriz o la tenia, apareciendo en el momento justo y haciéndose humo cuando pintan bastos, alabando babosamente lo que se espera que alabe babosamente y condenando con toda energía lo que se espera que condene con toda energía y, ya para pasar el rato, cultivando las más ominosas contradicciones con la naturalidad de quien cultiva unos tulipanes en esta primavera gusanera. Sujetos todos que asperjamos a nuestro alrededor palabras y silencios de acuerdo a nuestros particulares beneficios aunque sin dejar de mojar el hisopo en el agua bendita de sacrosantos y tiernos principios. Todo antiguo como una enciclopedia de los siglos. Por eso en el discurso de los diablos de Quevedo, cuando se pregunta a los condenados si quieren volver, responde uno «yo no quiero tornar a vivir, solo porque me estoy atormentando aquí con la memoria de los pícaros y mentirosos y enredadores...». Y en el mundo por de dentro, el mismo Quevedo asegura que la hipocresía es «una calle que empieza con el mundo y se acabará con él y no hay nadie que no tenga sino una casa, un cuarto o un aposento en ella». Un asunto pues claro como el agua mineral con burbujas para quienes somos viejos lectores de Quevedo o del peluca Molière y su tartufo o, sin irnos tan lejos en el tiempo, de Silverio Lanza. El primero, Quevedo, sigue siendo muy frecuentado y peor para quien no lo haga. Lo mismo que el segundo. Pero ¿quién lee hoy a Lanza? Nadie y probablemente sea lo mejor. Pero se pierden una novelita que llamó «la vermicracia», es decir, el «gobierno de los gusanos» aunque luego, quien dirigía la colección (Eduardo Zamacois), le obligara a cambiar el título por el menos retórico de «los gusanos». Salen personajes zarandeados por una sociedad hipócrita, de gusanos, una denuncia de la doblez humana y de la simulación de nuestros comportamientos. Lanza es hoy un personaje marginal en la historia de la literatura, pero fue una referencia central de muchos escritores de su época. Ramón Gómez de la Serna le visitaba en su casa de Getafe donde hablaban en monólogos interminables que es como al hombre en rigor le gusta dialogar, se fumaban unos puros y Ramón se despedía para ir a lo suyo que era darle la vuelta a todo lo que se escribía a la sazón, especialmente por Lanza. Aparece mucho también Silverio Lanza en las memorias de Pío Baroja y se comprende que se comunicaran con facilidad sus almas de anarquistas mesurados y amantes del orden, pero Lanza le lanzó al vasco andanadas de las de época siendo él quien puso en circulación con éxito la teoría según la cual la obra de Baroja carecía de mujeres porque el autor desconocía el alma femenina. Como la afirmación caía sobre un Baroja ciertamente reacio al trato con el sexo opuesto, la maldad hizo diana en el blanco. Así anduvieron ambos a la greña y que yo recuerde Lanza es de las pocas personas acerca de las cuales Baroja desliza en ocasiones en sus recuerdos un adjetivo no hiriente. Vemos pues cómo los gusanos se entrelazan con la vida literaria, con probabilidad la única vida inmortal. Y adquieren en ella rango de personajes que salen y entran, que comen y defecan como si fueran personas honorables pues todos ellos ostentan empleos o cargos respetados y aun de renombre en la gusanera social. Pero al final queda claro que, por debajo de sus trajes, de sus sombreros, de sus idas y venidas, de sus saludos farisaicos y de su caspa diseminada, de sus dengues y arreboles, está el gusano, el invertebrado ascendido a vertebrado por imperativo de la evolución biológica que impone su ley acomodaticia, termolábil y retráctil.