Diario de León

Francisco Sosa Wagner SOSERÍAS

La risa

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León

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DECÍA Rusiñol que «de todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que causa más estragos». Reivindicaba con ello el gran pintor, el gran y divertido escritor (¿quién lee hoy a Rusiñol?) la risa y el buen humor como ingredientes de alta calidad de la vida humana y de las relaciones sociales. García Lorca afirmaba en una entrevista al ser preguntado por su espíritu jovial, «esta risa de hoy es mi risa de ayer, mi risa de infancia y de campo, mi risa silvestre, que yo defenderé siempre hasta que me muera». Viene todo esto a cuento porque veo con agrado que la agrupación de «payasos sin fronteras» han propuesto a la Unesco que declare la risa patrimonio de la Humanidad porque -es lo que nos hace más humanos- (hoy hay hasta «aduaneros sin fronteras» según nos cuenta en su último libro Gustavo Bueno). Así lo veo yo también en mi modestia de profesor, de profesor con fronteras, las muy estrechas que impone la deplorable autonomía universitaria, un invento medieval que se quiere hacer pasar por progresista. Por eso, porque la risa es la mejor seña de identidad de los bípedos, es por lo que me extrañan unas declaraciones de la apreciable escritora Elena Santiago para quien «la tristeza es siempre distinta y creo que al final da más frutos que la risa» que recuerdan a aquella frase latina: «risus abundat in ore stultorum» («la risa abunda en la boca de los necios»). Hace algún tiempo los científicos descubrieron el «centro nervioso de la risa», una especie de «punto G» del reír. La fortuna se les apareció a los investigadores cuando tenían en observación a una enferma de epilepsia. Advirtieron, al comprobar la zona cerebral afectada, que si se aplicaban corrientes eléctricas en un lugar cercano a los centros que permiten el habla y la habilidad manual, surgía en la muchacha la sonrisa y, si se intensificaba, entonces sonaban claras y sonoras risotadas, como cascabeles del duende de la alegría. Es decir que la risa se encuentra próxima al lugar donde se gobiernan las funciones de los hombres. Ahora ya podemos afirmar que la risa es una función noble de los humanos y acaso la que más nos diferencia de los animales, junto al uso del teléfono móvil y el chándal que también, de momento, son privativas del hombre. Y, a pesar de ello, hay en la literatura (salvo excepciones) un mal fario que resulta un poco cargante. Tengo noticias de libros que van en la dirección correcta, del humor inteligente pero la verdad es que es necesario acudir a oscuros rincones de las librerías de lance para encontrar obras como, por ejemplo, las Memorias de Miguel Mihura. Ya sabemos que la librería de lance tiene algo de sobrenatural pues podemos obrar el milagro de la resurrección que tiene lugar cuando nos llevamos a casa la obra de un viejo poeta que yacía en el nicho de sus anaqueles. Esas Memorias (las de Mihura) son literatura pura porque son «antimemorias» o «postmemorias» pues contienen aquello que ha quedado después de haberse olvidado el autor. Empieza uno de los capítulos: «cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también quería ser madrileño». O «[aquél señor] nace en Panamá, huye a los ocho meses y se traslada a Palencia, donde vuelve a nacer otra vez, causando el estupor de una digna señora que no esperaba ser madre de semejante niño». Estamos ante el absurdo, ante la parodia, ante el humor puro, que es aquél que ha sido desconectado de la realidad porque ese es el único medio de distanciarse y, así de lejos, zaherirla sin que nos pueda replicar ni tomar venganza. Hay que separarse mucho de la vida para poderle dar la vuelta burlona que se merece y eso es lo que hace el humorista puro y lo que reclaman los payasos «sin fronteras». A la vista de textos como los de Mihura, muchas veces me he preguntado qué pensarán de esta forma de expresarse esas revelaciones de jovencísimos escritores españoles, calígrafos los más que bracean con garbo en la nadería.

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