Diario de León

Luis Artigue EL AULLIDO

La verdad del teatro

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TÍTERES, guiñoles, marionetas pero también tragedia, celos, muerte. Nos ofrece el teatro la posibilidad de ver la vida desde fuera y poder así reflexionar sobre la nuestra sin persistir en los errores o en seguir sin valorar los aciertos. Vemos la obra y podemos darnos cuenta entonces de que nuestra biografía -nuestra historia personal- es la de medio mundo. Sobre las tablas se pone en pie lo humano, lo que tenemos todos en común y nos hermana. Por eso el arte dramático produce empatía y visión global. También aporta, claro, un ocio saludable, una risa con motivos que ilumina la existencia con esa luz de frivolidad que, por un momento, bien pudiera confundirse con la felicidad. La comedia, la alta comedia, no engaña ni distrae de lo importante sino que muestra el lado grotesco de la realidad, la parte bufa de nuestro comportamiento y lo ridículo, incongruente e ingeniosamente irónico con que nos encontramos cada día y suele pasarnos desapercibido. ¿Estamos rodeados de personajes teatrales? El poeta ciego Max Estrella, personaje central y poco centrado de «Luces de Bohemia» de Valle-Inclán, da nombre a los Premios más importantes que se conceden en el mundo de la escena española. Acaban de ser entregados en Vigo y, de nuevo, los teatreros nos han demostrado que, a pesar de censuras, intransigencias y mentalidades débiles de ciertos dirigentes, el ingenio y el talento sigue prevaleciendo, iluminando y alborotándoles el gallinero a los gallitos dominantes. En los Premios Max se ha galardonado a los espectáculos y a los profesionales por su labor realizada el pasado año en pos de que las emociones y las pasiones sigan pasando en carne viva ante nuestros ojos sobre las tablas. También se ha concedido un merecido Max de Honor por toda su trayectoria a Alfonso Sastre, dramaturgo fundamental de la Generación del 50 que ha influido positivamente tanto con sus obras de teatro social como con su teatro fantástico (yo personalmente guardo en mi corazón una titulada «El cuervo»). Pero, además de premiar, los Premios Max han puesto al descubierto el esperpento de un país olvidadizo y rencoroso, que vuelve atrás para defenderse con uñas y dientes de lo otro y del otro, y para no tener que enfrentarse a la falta de seguridad en sus propias opiniones. Esos Premios nos han mostrado a nosotros mismos distraídos de lo importante, de las catástrofes recientes como el hundimiento del Prestige y la invasión de Iraq, y sus consecuencias. Nos han invitado a pensar, igualmente, que los intelectuales de verdad no son cómplices con quienes quieren manipular y distraer, sino que están llenos de lucidez y compromiso social -no personal ni grupal-. Ninguna televisión estatal retransmitió esta vez la Gala de los Max -estaban ocupados con su Operación Triunfo- y no me extraña. ¡Cuánto talento hay en el mundo de la dramaturgia, y qué poco queda en el de la televisión! El teatro dice la verdad desnuda, la verdad directa y sin ropajes o efectos especiales; la pronuncia con clase e ingenio y por eso no conviene. La verdad del teatro no interesa porque quienes la vemos y oímos podríamos reconocerla fácilmente, y darnos cuenta entonces de quien nos miente sin casi saber hacerlo. Por eso el Gobierno ha decidido que hay que silenciar a los teatreros, a los cómicos, porque no opinan lo que deben, porque no son manejables ni confunden la verdad con la conveniencia; el bien común con la imposición general. Y es en estas decisiones poco sutiles donde se ve su talante antiguo, sus formas de aquella otra España unidireccional y represora de las opiniones disidentes. Una patria que sospechaba del teatro y hacía enterrar a los cómicos en el cementerio civil, por ciento. Una España pasada de moda que de vez en cuando vuelve para darnos mensajes, como regresan los fantasmas en las obras de Shakespeare. El mundo del teatro español ha tenido su fiesta y la ha aprovechado para dejar encendida la luz de la memoria, las candilejas de la historia reciente. Esta vez han sido los actores los que nos decían a los espectadores: ¡Mucha mierda!

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