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Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿A qué ha venido el Papa?

Publicado por
León

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PUES qué quiere usted que le diga. Sospecho que a misionar a los infieles que abundan en España. Para evitar recelos creo conveniente adelantar que a mí, de entre todos los papas que he conocido y de los que he oído hablar, el que me llegó al alma, que se dice, fue el papa Juan XXIII. Era un santo varón, bondadoso, paciente, inteligente y sencillo. Creo yo que entendió su misión, más que como una especie de virreinato espiritual, como tutelaje de una tribu, de una familia lo suficientemente desdichada como para demandar la ayuda del Espíritu Santo, en forma de Santo Padre de Roma. Cuando aquel gran hombre, investido por la gracia de Dios, visitaba las cárceles de Roma y acudía a consolar al triste, me sentía profundamente conmovido y me faltaba poco para llorar. También, acaso, conviene informar que cuando, muy de niño, en estado de gracia como quien dice, que era un niño-santo con vocación de misionero, me preguntaban las vecinas del barrio: «¿Y tú, Vic, qué vas a ser de mayor?», respondía sin dudarlo un momento: «Yo misionador de infieles y mártir». A lo que mi padre, que era ferroviario de los de Pablo Iglesias replicaba: «Coño, muchacho pues sí que me das ánimos para cuidar de ti, si después de lo que cuesta criar a un hijo, te comen los infieles de Filipinas, pongo por caso». O sea que era y posiblemente soy un ciudadano, ya en las postrimerías de la vida, para el cual, las idas y venidas de Juan Pablo II, Padre Santo, polaco y resistente ante todas las asechanzas del enemigo y las turbonadas que puedan producirse a su alrededor, no le producen efectos especiales. Me parece bien y hasta conveniente que tanto un papa como un obispo anglicano vengan a España o a donde quieran y sean requeridos por sus fieles. Y lo único que cabe pedirles es que si disponen de poderes superiores y les es dado al tiempo que perdonar los pecados, curar la gripe asiática o el sida o el cáncer, no nos dejen de su mano. Bien sabemos que, pese a la capacidad milagrera de los santos padres no es fácil que el prodigio se produzca y que los seres humanos, tan imperfectos, acepten sus consejos, pero la santidad papal no puede rendirse y aunque suceda la gran contradicción de que un pueblo católico, apostólico y romano como el español, no haga el menor caso a la doctrina emanada desde el solio papal, como se hizo cuando el Santo Padre pedía con lágrimas en los ojos la nulidad de una guerra sórdida de mercaderes, pues aunque esta escandalosa infidelidad de los católicos oficiales de España no le hagan ni el menor caso, el Papa debe seguir. Y si se le ocurre la idea de que visitar al enfermo es una obra de misericordia que debe practicar y decide por quinta vez venir a España a ver qué coña sucede, poner objeciones, ni romperse los vestidos, puede parecer una hipocresía. Desde esta mi posición ecléctica, dentro de lo que cabe, solamente se me ocurre considerar, en uso normal de los derechos que me concede una constitución democrática, que estos saraos sacros sean sostenidos mediante la contribución de los fieles, de los parroquianos, de los afectos, sin que por ello se menoscaben los presupuestos generales de cada país, destinados para escuelas, para hospitales o para comedores de caridad... Que es que España, señor Papa, pese a las apariencias no es tan rica como parece, ni hay que fiarse de ceremoniales tan poco ejemplares como algunas bodas tipo Camacho cervantino, ni como la portentosa manipulación de los Albertos y sus negocios. España es un país económicamente limitado y altivo, que muchas veces por aparentar es capaz de vender el armario de luna para adquirir una entrada para el Madrid-Barcelona, con Raúl incluido. Se cuenta, señor, que cuando el rey-emperador Carlos V vino a España acudieron a recibirle los señores de Castilla, tan ricos en apariencia, por sus vestiduras y boatos que el monarca se atrevió a decirles: «Me habían informado que andabais bien escasos de medios y os veo espléndidos y brillantes». A lo que explicó la fastuosa embajada: «¡Señor hacemos lo que debemos, pero debemos lo que hacemos».

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