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Victoriano Crémer CRÉMER CONTRA CRÉMER

El mito del Primero de Mayo

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León

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SE ha cumplido el rito tal como está dispuesto por los técnicos. Una vez más la representación del trabajador se dispone a colocarse detrás de la pancarta y de la bandera y a solicitar, nunca se sabe con exactitud a quién debemos elevar nuestras demandas, más trabajo, más seguridad, más paz y más pan blanco. Todo lo demás, o se nos da por añadidura o nos quedamos sin ello, lo que fuere. Como estamos de salida de una guerra, absolutamente injusta y sórdida, nuestras exigencias o reivindicaciones tienen que estar sometidas a la tiranía de la actualidad. Y como la guerra está de actualidad, los manifestantes en este día primero de mayo del año de la guerra del Irak, deberán estar atenidos a la guerra. Solicitamos, pues, exigimos de quien corresponda que no se consienta la guerra como instrumento de gobierno y que se establezca la paz entre los pueblos y entre los hombres como argumento fundamental de todas nuestra disputas, aunque haya petróleo por medio. Desde hace ya tantos años, que los orígenes se nos pierden por los vericuetos de la memoria, venimos celebrando la fiesta reivindicativa del primero de mayo, fecha en la cual se establece el ceremonial de recordar a todos aquellos de nuestros sacrificados en beneficio de una clase, la trabajadora, la obrera, no siempre atendida como fuera necesario, precisamente para alcanzar el entendimiento entre las clases y los hombres. En aquellos tiempos míticos, cuando catorce soñadores sociales pensaban alcanzar para el obrero la jornada de ocho horas y el jornal medio según el precio del pan y de la sal... en aquellos tiempos heròicos, con una ciudadanía todavía inmersa en sus profusiones entre religiosas y legalmente coactivas, los catorce aventureros desplegaban una bandera y desde la Casa del Pueblo, que aparecía establecida en una casona entre arábiga y judía, llegaban al edificio del Gobierno Civil, en donde el titular esperaba la emajada pacíficamente ensayando de antemano una sonrisa. Y la embajada social depositaba en sus manos un escrito, posiblemente redactado por el poeta de la tribu, y acababa en el Parque, con merienda y organillo. Luego, ya muy de noche, en el domicilio social se representaba, por el cuadro artístico capitaneado por «La Rosario» y Lorenzo, un drama de Dicenta. Y así hasta el año siguiente, en el cual se repetía el programa. El jubileo del primero de mayo se hizo tan habitual que incluso cuando vinieron tiempos de cruelísimo enfrentamiento y se decretó que las clases y sus luchas habían terminado, se estableció la fecha del primero de mayo como conmemoración de obligado cumplimiento, con demostraciones gimnásticas en Madrid. Y esto es lo peligroso de esta clase de festivales impuestos por la costumbre:que pierden fuerza y se quedan en humo, sin temperatura como los tiempos y la técnica de la sindicación han cambiado que es una barbaridad, tampoco cabe exigir de los que debieran sentirse interesados directamente en la buena marcha de la escala reivindicativa que conviertan la fecha en otro puente hacia la playa más cercana, como sucede con la Semana Santa, porque entonces, pese a los inasequibles al desaliento, ni las procesiones ni las manifestaciones tienen densidad humana, tensión arterial ni pulso. Y lo que nació como un signo de rebeldía frente a la opresión y a la explotación del hombre, a fuerza de mítines descafeinados, de manifestaciones con pancartas en verso y de banderas múltiples, se está convirtiendo en un motivo de esparcimiento, en un juego, en una vacación, con lo cual la verdadera entraña de la gran reunión se queda en prolongación de la gran siesta nacional. No es que yo pretenda que las clases trabajadoras, explotadas como en los mejores tiempos se echen al monte con trabuco naranjero al costado como Diego Corrientes, que no están los tiempos para promover alborotos, con el juez Garzón, sino que lo que nació para expresión de un sentimiento no se convierta en una juerga de barrio. Cuando recuerdo cómo se celebraba en mi casa aquella fecha del primero de mayo y en lo que ha quedado, me echo a llorar.