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| Retablo leonés | Palacio de los Guzmanes |

Eje provincial de la política leonesa

Publicado por
Enrique Alonso Pérez - león
León

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Como apunte intencionado, especialmente dedicado a la nueva Corporación Provincial, que en estos días cumple un mes de mandato, nuestro Retablo semanal quiere aportar su granito de arena para que aquellos diputados que se estrenan sepan dónde van a celebrar sus plenos y Comisiones; los que perseveran, para que lo recuerden, y el pueblo administrado para que reciba una información que sirva de conocimiento y divulgación de uno de nuestros monumentos más emblemáticos. Dentro de esta década que hemos comenzado en este siglo y milenio, se cumplen 450 años del inicio de las obras del incomparable palacio de los Guzmanes, hoy sede de la Diputación Provincial. Una serie de circunstancias políticas y personales habían precedido al arranque de la construcción de este singular monumento en el año 1560. La guerra de los comuneros La familia Guzmán, caída en desgracia ante el Emperador Carlos, por su activa participación en la guerra de los Comuneros (1521), tuvo que refugiarse en Portugal, mientras que sus bienes patrimoniales de León, Aviados, Vegas del Condado y Toral eran enajenados, y en ocasiones destruidos, por Real Orden. Y el antiguo palacio gótico-mudéjar -adosado a la muralla romana por la calle del Cid- que representaba el solar insignia de tan ilustre apellido, sucumbió víctima de la intolerancia, la insidia y la mezquindad de gentes que apoyaban sus reivindicaciones en el mantenimiento de unos desorbitados privilegios reales. Por eso los Guzmanes, que desde el siglo X prestigiaban las tierras leonesas con su acrisolada estirpe de origen germano, y contaban en su árbol genealógico con figuras tan relevantes como Santo Domingo de Guzmán o el archifamoso héroe de Tarifa, Alonso Pérez de Guzmán «El Bueno», vieron mermada y frenada su hegemonía nobiliaria por el enfrentamiento ideológico con el reinante absolutismo imperial de la época. El prestigio de un patrimonio Así las cosas, no es de extrañar que en el momento de cambiar la situación, con la abdicación y posterior muerte del Emperador, en septiembre de 1558, y el advenimiento de su hijo Felipe II, los Guzmanes tratasen de recuperar su patrimonio y prestigio, siempre en pugna con los intereses de sus eternos rivales, los Quiñones, que desde el siglo anterior ostentaban el conocido y llamado título de los Condes de Luna. Y ya que no pudieron recuperar sus arruinados palacios, pero al menos sí se hicieron con los solares donde aquellos estuvieron ubicados. Una vez repuesto y rehabilitado en sus antiguos dominios señoriales el jefe de los comuneros leoneses, Ramiro Núñez de Guzmán, señor del Condado del Porma y de la villa de Toral, ordena la demolición de los últimos restos del viejo palacio familiar, con idea de levantar sobre su solar una nueva mansión que eclipsase la que mantenían desde el pasado siglo XIV los altivos Quiñones. Una inversión de apellidos Y por esas paradojas que presenta a veces el discurrir de la grande o pequeña historia, el proyecto tuvo que ser realizado por un Quiñones, que a pesar de ser hijo del famoso comunero, don Ramiro, había invertido los apellidos por razones políticas, y de conveniencia personal, para lograr la investidura episcopal de la sede calagurritana sin posibles vetos reales por sus connotaciones comuneras. Nuestro obispo, asistido a pie de obra por su sobrino Gonzalo de Guzmán, marqués de Toral, diseñó, junto a su gran amigo personal, Rodrigo Gil de Hontañón, el palacio más logrado del Renacimiento leonés, y uno de los mejores edificios civiles de la España del siglo XVI. Iniciadas las obras en 1560, en el año 1572, por razones para nosotros desconocidas, se dan por terminadas cuando aún quedaban sin rematar las torres y gran parte de la fachada Norte y Este, remate que no se realizó hasta cuatro siglos después, muy en nuestros días, pues hasta el año 1977 no se concluyeron las obras de ampliación y restauración, que fueron inauguradas solemnemente por los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, el día 5 de octubre de 1978. Cualquier tratado de arte, o catálogos monumentales, como el suscrito por la autoridad del señor Gómez Moreno, recogen exhaustivamente los detalles que destacan en el conjunto artístico de nuestro palacio plateresco. Soslayamos por este motivo una descripción técnica que, además de estar al alcance de cada ciudadano, nos haría caer en remedos no deseados. Apuntamos no obstante, algunos datos marginales y curiosos que enriquecen el anecdotario relacionado con la Casa de los Guzmanes. Entre los visitantes ilustres que pasaron por el vetusto edificio, destaca en primer lugar la presencia, valorativa y crítica del rey Felipe II, que con inequívoca intención pronunció la frase: «En verdad que ha sido mucho «yerro» para un obispo», valorando en el fondo la magnífica labor de forja de los enrejados ventanales. También se alojó en sus aposentos, en el año 1606, el rey Felipe III y su esposa, Margarita de Austria; y no volvió a tener huéspedes reales hasta tres siglos más tarde, en que el rey Alfonso XIII en su visita a León del año 1902, pernoctó en el palacio. Un palacio inservible Veinticinco años después, en 1927, el rey Alfonso repetía su estancia en León y se alojaba otra vez en las habitaciones que un día ocuparon los Guzmanes. En esta segunda ocasión, acompañaba al rey el general Primo de Rivera. Pero también hay que señalar, que la mayor parte de la vida del palacio -casi trescientos años- estuvo prácticamente inservible y obsoleto, y que los propietarios se desentendieron de su mantenimiento y decoro. Todo esto, hasta que el duque de Frías, último titular del inmueble, se lo vendió a la Diputación leonesa.