| Reportaje | Retablo Leonés |
El maestro Nicolás Francés
La Figura de Maese Nicolás, una de las más señeras de cuantas aparecen vinculadas al dilatado quehacer de la obra material en nuestro primer templo, adquiere un especial interés en estos momentos que la pulcra Leonina celebra el centenario de su profunda restauración en la última mitad del siglo XIX. También su obra, devaluada por los canónigos del siglo XVIII, fue reivindicada y repuesta parcialmente en el contexto de esta restauración que hizo «nacer de nuevo» la airosa catedral herida por el tiempo. Llegó a León, Maese Nicolás, allá por el primer tercio del siglo XV, y la primera noticia de su existencia y dedicación la recoge el escribano leonés, Pedro Rodríguez de Lena, en su autorizada y fidedigna relación del «Passo Honroso», en el año 1434, que textualmente dice lo que sigue: «El muy honrado y virtuoso caballero, Suero de Quiñones, envió mandar facer, en la ciudad de León, un faraute de madera, el cual entabló e fizo e pintó e dibujó del tamaño de un home el sotil Maestro Nicolau Francés, que pintó el rico retablo de la honrada iglesia de Santa María de Regla de la noble ciudad de León, muy bien pareciente, con baladrán morado, trepado e farpado, a la usada manera de que al presente las ropas facían...» Según documentos que se conservan en el archivo catedralicio, el Maestro Nicolás Francés recaló en esta ciudad, procedente de sus tierras borgoñonas, a instancias del obispo Fray Alfonso de Cusanca, que le encarga de la pintura del retablo mayor. En el año 1435, aparece censado en la calle de los Cardiles, donde habita con su esposa, Juana Martínez, y solicita del Cabildo, propietario de la vivienda, cierta exención en el pago del alquiler alegando «algunas cosas que se ofreció a facer a dicha iglesia de Regla, en especial a dibujar vidrieras». A pesar de la categoría artística de Maese Nicolás, y su rango de Maestro Mayor en una catedral que tanto lo necesitaba, su natural era tan espontáneo y lleno de sencillez, que trabajó con ilusión aún en los más humildes encargos, no poniendo ningún reparo en la confección de pendones de lienzo, o en participar activamente en las limpiezas de algunos elementos del retablo. Su adscripción a la nómina catedralicia la mantenía como pintor, y el sueldo anual que percibía era de cinco mil maravedíes. Se sabe que murió hacia el año 1468, en la casa de Cardiles, pues en una visita efectuada por los comisionados del Cabildo, pocos años antes, el Maestro presumió ante ellos de haber reconstruido el interior de la vivienda y adecuarla para un cierto confort. También hay constancia de que enviudó, ya maduro, y volvió a contraer segundo matrimonio con Urraca González. Hoy el pueblo de León, mantiene fresca la memoria de Maese Nicolás con una advocación en el callejero de la ciudad. El retablo mayor Es muy probable que la más antigua de las obras que nos dejó Maese Nicolás, de la gran colección de tablas que realizó en la provincia durante los treinta y cuatro años que vivió en ella, sea la del retablo mayor de la catedral, obra monumental que cubría los cinco lados de la girola, y que medía unos trece metros de ancho por seis de alto. Estas dimensiones, poco habituales en retablos unitarios, armonizaban sus líneas mediante la disposición en cinco calles ajustadas a la estructura de la girola, divididas en cuatro cuerpos, con la excepción de la calle central, que se componía tan sólo de tres cuerpos y el nicho con la imagen de Santa María de Regla, preciosa talla en madera rodeada de ángeles nebulosos, que hoy podemos admirar en la iglesia de San Francisco. La descripción del retablo primitivo, con la fuerte influencia del naciente Flamenco, sería imposible en un trabajo divulgativo como el que nos ocupa. Baste decir, que recogía escenas de la vida de La Virgen, de San Froilán, San Alvito, San Isidoro, Santiago Apóstol, y algunos milagros atribuidos a Santos de la época. Pero todo se vino abajo cuando los Canónigos de mediados del siglo XVIII, encandilados por el «transparente» retablo toledano, realizado en aquella catedral por Narciso Thomé, ordenan desmontar el bello retablo gótico internacional de Maese Nicolás para instalar en el año 1740 un enorme pegote cuyo lucimiento pedía a voces un lugar más adecuado que la austera capilla mayor de nuestra catedral. Para que nuestros lectores se formen una idea de las características del retablo que suplió al del Maestro Nicolás durante 150 años, ofrecemos la versión auténtica que nos dejó escrita el arquitecto director de las obras de restauración, Matías Laviña, que en el año 1859 recibió el encargo, por parte del Gobierno, de realizar la más profunda de las restauraciones que la catedral ha tenido, y que duró más de cuarenta años. El retablo de Narciso Thomé «Es una máquina teatral propia del extravagante gusto de don Narciso Thomé y Miró, autor del ponderado transparente de la catedral de Toledo, a la cual dio principio en abril de 1738 su pariente don Simón Gabilán, quien así mismo ejecutó con igual churriguerismo el magnífico órgano, obras ambas vistosas y de mucho efecto, pero de un gusto muy estragado y opuesto al armónico orden ojival, puro y sencillo, del interior. El primitivo altar era gótico, rico en pinturas estofadas, entalles, cresterías y doradas, el cual, bajo la influencia de las estrambóticas ideas del último siglo, fue apeado con el frívolo pretexto de hallarse deslucido, quedando esparcidas apreciabilísimas tablas». Ciento cincuenta años después, la sensibilidad de los arquitectos Lázaro y Torbado, logró desmontar el anacrónico decorado para recomponer, con las pocas tablas que se salvaron, el actual y mermado retablo del ilustre Maestro Nicolás Francés.