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Y acabar toda una vida con el cigarrillo entre los labios

Publicado por
León

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Terenci Moix, el escritor catalán fallecido el pasado mes de abril, empezó a fumar en su adolescencia, allá por los años cincuenta, y no dejó de hacerlo hasta el último mes de su vida, cuando ya sus pulmones estaban totalmente obstruidos y no tenía fuerzas ni para inhalar un poco de humo. «Fumando muero» fue uno de sus últimos artículos donde reconocía su incapacidad de dejar la adicción a pesar de haberlo intentado por diversos medios: libros de autoayuda, acupuntura, parches de nicotina, ondas electromagnéticas, boquillas, y ganas de vivir no fueron medidas efectivas para eliminar su dependencia. Según él, porque no había verdadera voluntad de dejarlo. Terenci relató su experiencia con el tabaco como podría haberlo hecho uno cualquiera de los doce millones de adictos españoles, pero con palabras muy hábiles: «A los dieciséis años recurrí al cigarrillo como tantos otros: no para hacerme el macho -comprenderán que esto siempre me importó un pito-, sino como forma de distinción social, aprendida en la moda y, desde luego, en los dioses del cine; pero las tabacaleras todavía no me alertaban con esa astuta advertencia que adornaría las cajetillas muchos años después, cuando ya era demasiado tarde. (...) Por más que haga a partir de ahora, seguiré viviendo con mis facultades considerablemente disminuidas. Ninguna reforma conseguirá devolverme el trozo de pulmón que me falta, por no hablar de mis deficiencias cardiovasculares, sexuales y algunas bendiciones más. Mi falta de voluntad me ha convertido en medio hombre. Y todo gracias a Tabacalera Española, que me presentó a mis asesinos cuando tenía la tierna edad de dieciséis años».