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| Reportaje | Del semillero al consumidor |

Breve historia de una biolechuga

Ricardo Dávila, agricultor ecológico desde hace siete años, relata el complejo camino desde que se importan las semillas hasta que el producto llega al mercado con sobreprecio

Semillas de guisantes con el certificado «bio»

Publicado por
M. Romero - villacete
León

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Ricardo Dávila es uno de los primeros leoneses registrados en el Consejo de Agricultura Ecológica de Castilla y León, órgano que controla a través de un solo veedor todos los bioproductos agrarios y ganaderos obtenidos en la comunidad. Ricardo compró hace siete años su primera finca entre Villacete y Puente Villarente, donde ya ha instalado un invernadero para explotar la producción de hortalizas. Aunque ya deberían estar en tierra, las dos especies de lechugas que va a plantar esta temporada aún están en semillero. Unos kilómetros más adelante, en Villimer, tiene otros dos invernaderos y una finca al aire libre de una hectárea de superficie. Esta pequeña infraestructura ya es rentable con dos cosechas por temporada, y eso con todos los inconvenientes que existen en la comercialización y los elevados precios de las semillas con certificación «bio», que casi siempre se tienen que importar de Austria, Alemania, Italia u Holanda. Ricardo ha coordinado este año el tipo de cultivos con otro agricultor de Matalobos del Páramo para no repetir el producto y ofrecer al mercado una amplia diversidad de hortalizas que evite carencias en la oferta. Esta discontinuidad en la cesta biológica es, en opinión de Dávila, el motivo por el que el consumidor español aún no se decanta por este tipo de productos. Mediadores y semillas caras «Hay una leyenda negra respecto a los precios de la agricultura ecológica que es fundada. Al consumidor llega cara, pero se debe a la escasez de productos. Cuando ocurre esto en el mercado se reproduce la ley de la oferta y la demanda», dice. Durante la última cosecha, los productos de Ricardo se vendieron entre un 20% y un 25% más caros que los del mercado convencional de calidad. Pero en este precio influyen muchos factores. Por poner un ejemplo, desde que una biolechuga es semilla su coste final tiene que ser razonablemente mayor por el elevado precio al que se venden y el resto de productos utilizados hasta que llegan a la calle. Certificación avalada Todo lo que se siembra tiene que llevar en un lugar bien visible la doble certificación de producto «bio» y la de un órgano europeo homologado, además de que los abonos y fertilizantes utilizados no pueden llevar químicos. Estas limitaciones y la falta de un apoyo decicido a estos agricultores por parte de la administración impiden desarrollar un mercado normalizado en la comunidad que equilibre el desajuste de los precios. Una biolechuga de Ricardo tiene dos salidas: venderse en el mercado de los sábados o llevarse a una cooperativa para comida ecológica de Valladolid, donde va la mayor parte de la producción de la comunidad. Antes, cuando todo este mundo era aún desconocido y había que colar el producto, la tercera opción era venderlo como si hubiese sido extraído convencionalmente a un precio también convencional, lo que llevaba pérdidas. Aunque a trompicones, el sector se va desarrollando y su evolución no es lenta. Ricardo Dávila no procede de familia campesina, pero hoy ya sabe que la base del campo está en «mantener la fertilidad de la tierra y crear plantas sanas que no sean vulnerables a plagas. Por eso hay que hacer una rotación de variedades». Después hay que entrar en los círculos de venta.