Diario de León

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Antología de un árbol viejo El reciclaje de la basura El viaje irreversible

1º de ESO

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León

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Mi aldea se sitúa en medio de dos depresiones entre el río Casares y el Bernesga, no es que yo sea un obsesionado empedernido por la naturaleza, pero su belleza es tal que cuando alguien visita cualquier punto de la comarca de Gordón queda obnubilado por tanta belleza. Los ríos discurren simétricamente a las montañas como si de un pastor y un perro se tratase ya que el río se amolda completamente a la rigurosa orografía de las montañas que conforman la sierra de Gordón; las arboledas que rodean cada uno de los pueblos parecen atraernos con el suave susurro de sus ramas que bailan y las montañas y montes como una gran granja donde cohabitan múltiples y varias especies de animales: lobos, jabalíes, corzos... Yo mismo recuerdo cómo, al pasear por dichos montes y praderas, podía ver con claridad todo tipo de flores y animales, los saltamontes saltando de una hoja a otro como si de verdaderos atletas profesionales se tratase, los grillos haciendo su propia melodía y las vacas, gracias a sus cencerros, producían un sonido hogareño a la par que melancólico. Aún recuerdo aquellos inviernos acurrucados todos juntos alrededor del hogar. Fuera, la nieve caía silenciosa pero imparable, las hojas gustosas dejaban paso al poderío invernal y los tejados daban ese toque digno de cualquier estampa navideña con la que uno siempre había soñado. Cuando la última gota de nieve había sido derretida por el sol comenzaba de nuevo la vida de montes y praderas; los árboles proyectaban sus hojas hacia el infinito, los animalillos del bosque correteaban entre la hierba y arbustos recién escarbados del suelo, todo volvía a tener ese algo especial que tiene la naturaleza en primavera, la nieve desecha había creado nuevos riachuelos ansiosos por descubrir nuevos parajes, de los cuales y a un frenético ritmo, los peces saltaban ansiosos como queriendo dar la bienvenida a los pastores y niños de la comarca. Todos y cada uno de los elementos allí presentes aportaban su granito de arena para conseguir esa paz y sosiego que la naturaleza nos dona, pero lamentablemente hoy eso ya no es posible pues la mano avariciosa del hombre ha ennegrecido los ríos, talado árboles y destruido los hábitats de los animales e incluso devorado terreno a las montañas gracias a sus infernales máquinas de asedio, el ruido se hace cada vez más patente en nuestra comarca a causa de vías, carreteras, fábricas y nuevas construcciones. Por lo que a mí respecta creo que mi turno ha llegado, aunque mis raíces se han hecho fuertes no puedo ocultar la tristeza que me produce el saber que aquello a lo que yo un día más quise haya sido la causa de mi destrucción, aún así, he podido presenciar noventa y ocho largas primaveras en las que hombre y naturaleza han convivido en paz y armonía. El corazón del hombre es débil y lleno de orgullo, fácilmente sobornable por la codicia y el dinero. Queridos amigos, aunque me cueste reconocerlo nuestra hora ha llegado, el momento que todos estábamos temiendo se acerca por fin, la avaricia se ha apoderado del hombre cegando su razón, nada podemos hacer en contra de la oscura voluntad del hombre. Hay un dicho en mi tierra el cual dice que tan sólo una flor es perfecta, sólo una de la que proceden todas y cada una de las causas que hacen posible esa complejidad que es la naturaleza, pues yo, al igual que todos mis hermanos: árboles, ríos, animales... me dirijo en busca de la más preciada de las flores, «la libertad». Aunque la avaricia del hombre siga creciendo hasta tal punto de destruir aquello que un día fue su hogar, sólo espero que algún día se de cuenta del daño que a ambos nos está causando, y asiente la cabeza pudiendo así, juntos, encontrar el camino para vivir en esa tan ansiada libertad. ¡Qué bien se respira en este pinar!, dijo mi abuelo. Cuando yo era pequeño los pinos llegaban hasta lo más alto de aquella montaña. Ahora cortan los árboles y no vuelven a repoblarlos, ¿qué es lo que está pasando? Por eso vosotros debéis aprender a cuidar la naturaleza desde que sois pequeños. ¿Y qué hace esta botella aquí tirada?, pregunté. Pues que algún cazador o alguna persona que ha estado paseando por aquí no se ha dado cuenta de que puede provocar un incendio y puede matar a muchos animales y plantas. Abuelo, soy yo la que te voy a hablar de la ciudad. En cada ciudad existen contenedores para reciclar la basura como: el de color azul sirve para reciclar el papel y cartón; el de color verde sirve para reciclar vidrio y el de color amarillo que sirve para reciclar los envases de plástico. También es muy importante tirar las cosas que se nos han roto o no nos valen porque así podemos utilizar sus materiales para fabricar otros objetos. Si todas las personas reciclaran y no tiraran la basura a la naturaleza la tierra nos lo agra decería. Ciertamente, alguna vez hubo vida en marte. Los habitantes del planeta rojo vivían cerca de los casquetes polares, porque era donde menos calor hacía. A pesar de que estaban muy lejos los del norte de los sur, se comunicaban y viajaban gracias a los platillos volantes, que funcionaban como nuestro sistema de autobuses. La gente tenía un raro aspecto pero no se acercaban ni mucho menos al prototipo de extraterrestre del que tanto hablamos los terrícolas. Aún con esta extrañeza se consideraban muy listos e ingeniosos. La mayoría de la población se dedicaba a la ciencia, también a inventar artilugios que en numerosas ocasiones no les encontraban utilidad. Sólo los niños estudiaban pero sin asistir a las clases: tenían un autómata que les servía de profesor privado. En Marte abundaban las industrias, donde se materializaban todos los inventos. Su fuente de energía se basaba en una composición de varias piedras ricas en deuterio. Después de pasar bastante tiempo usando dicha energía, los científicos descubrieron que los gases que desprendían las fábricas eran malignos. Más tarde, conocieron lo que provocaban: la destrucción de la atmósfera. Tras un largo periodo de debate y experimentación se llegó a la conclusión de que no quedaba mucho tiempo de existencia. Tanto habían contaminado que ya no podrían hacer nada por evitarlo, su final estaba asegurado. Y, en efecto, pronto ocurrió lo esperado. Dos enormes agujeros se abrieron en la densa capa de gas protectora. Cada momento más y más rayos ultravioleta entraban e iban matando al los marcianos. Un día sobre la superficie de Marte ya no se percibía ningún signo de vida aparente, sólo quedaban rocas inalterables al paso de los tiempos. Nosotros, a pesar de todas las precauciones que deberíamos tomar, nos somos lo suficientemente respetuosos con el medio, que tantos beneficios nos da. Éste es un mal fin de un planeta y puede que, si no cambiamos, sea también nuestro fin.

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