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La historia de León engalana el Jacobeo

La curiosidad se extendió entre un público de todas las nacionalidades, presente en el espectáculo de la plaza del Obradoiro

La llegada a la plaza del Obradoiro fue el momento más emocionante

Publicado por
i.r. | santiago
León

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La calles estrechas del casco antiguo de Santiago sirvieron de punto casual de encuentro entre pendoneros y peregrinos de todos los países. Entre el peculiar sonido de las gaitas leonesas se podía escuchar alguna voz extranjera extrañada que preguntaba: «pero, ¿esas banderas tan grandes que traen esos hombres de dónde vienen?». «Son pendones y proceden de una región llamada León, no muy lejos de aquí», le respondía uno de los cientos de leoneses que se acercaron a un encuentro que unió tradición, religión y amor a la tierra. Ni la temprana cita ni las nubes inamovibles en el cielo gallego, que amenazó varias veces con lluvia, impidieron el alegre transcurso del desfile que engalanó el Jacobeo 2004 en su primera salida de la provincia. Primera, y desde luego triunfante pues de todas partes se acercaban curiosos a interesarse por el origen y la historia de todo lo que rodeaba a tal acontecimiento. La entrada en la plaza del Obradoiro fue el momento más emocionante al encontrarse todos reunidos frente a la catedral. Rodilla en suelo y castañuela en mano el pendón seguía ondeando bajo pequeñas chispas de agua, características del «orballo galego». Otros arriesgaban más subiendo el mástil sobre la barbilla. El viento hizo de las suyas intentando tirarlos varias veces pero los numerosos mozos que lo acompañaban dejaban siempre el susto en una anécdota. Sin dejar de atraer la atención de la gente, se sucedian bailes regionales llenando toda la plaza de folclore, lo que inundaba de orgullo a los organizadores y constituía un espectáculo para el resto. No faltaron a la cita leoneses residentes ahora en Galicia, que buscaban a los pertenecientes de su pueblo más cercano. Una vez recibida la bendición del botafumeiro, el vino y el pulpo sirvieron para animar la fiesta tras la cuidadosa recogida de los pendones. No guardaron, sin embargo, las gaitas ni el espíritu que siguió por la ciudad el resto de la jornada. Algunos se divertían jugando con la ignorancia de quienes no conocían esta tradición, «señora, alfombras baratas...» y señalaban los pendones ya enrrollados.

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