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Paso obligado para el peregrino

El Puente de San Marcos fue, junto con el del Castro, una de las principales vías de entrada y salida a León y hoy es el lugar por el que los peregrinos salen camino de Santiago

Bella estampa retrospectiva del puente de San Marcos, camino obligado hacia Santiago de Compostela

Bella estampa retrospectiva del puente de San Marcos, camino obligado hacia Santiago de Compostela

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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La ciudad de León, heredera de una de las más prestigiosas legiones de Roma, la «Legio VII Gemina Pia Felix», fue dotada de comunicaciones por los romanos desde los comienzos de la llamada romanización. Los viejos y caducos puentes que los astures mantuvieron sobre los ríos Torío y Bernesga, para el tránsito recíproco entre algunas de sus principales ciudades, como Astúrica y Lancia, fueron sólidamente reconstruidos por el Imperio para asegurar el paso de sus poderosas legiones y controlar así el movimiento diario del oro que discurría por sus calzadas, camino de Roma, en la permanente sangría de las Médulas bercianas y maragatas. Por eso León, ciudad entre dos ríos, tuvo siempre asegurada la salida, o entrada, que salvó los obstáculos naturales de las cuencas hidrográficas: el Puente del Castro y el de San Marcos, que asientan sus multirrenovadas estructuras en basamentos milenarios que a lo largo de la Historia han soportado diversos tipos de tajamares para mitigar los embates de las grandes avenidas. Pues bien, centrado nuestro estudio retrospectivo en el puente de San Marcos, arrancamos su dilatada pervivencia en la construcción de una de las más renombradas vías romanas: la de César Augusta (Zaragoza) a Astúrica Augusta (Astorga), en su variante por la Legio VII. La red viaria que recorrió Hispania sobre las múltiples calzadas que aún hoy pueden seguirse a través de las ruinas y topónimos, sembró de puentes y puentecillos el largo recorrido que la integraba. Estos puentes, desaparecidos casi en un noventa y cinco por ciento de la totalidad, han sido reconstruidos varias veces a lo largo de su existencia, no obstante, el pueblo, cuya memoria heredada siempre remonta los hechos a sus más lejanas connotaciones, sigue calificando de «romanos» a todos cuantos puentes sostengan estructuras pétreas, sean románicos, góticos o neoclásicos. Un puente con historia Y este es el caso de nuestro servicial y desbordado puente de San Marcos, que conoció sobre su lomo siglos de andadura romana, bárbaros y herrados galopes, furiosas embestidas almanzóricas y la huella sangrante de la intensa riada peregrina. Las huellas del primer milenio de fatiga itinerante habían dejado profundas y amenazadoras señales que ponían en peligro la integridad del puente y la de cuantos sobre él caminasen. De esta manera, con tantos remiendos que no dejaban adivinar su primitiva factura, llegó hasta los tiempos del Emperador Alfonso VII, gran impulsor del reino y reconocido partícipe de los fervores compostelanos, que ordenó la reconstrucción total, y aprovechó la estancia de Pedro Deustamben, que dirigía las obras de San Isidoro, para que controle y dirija también las del puente; y mientras tanto, su hermana, doña Sancha, reglamentaba los derechos de pontazgo a favor del obispado, con la expresa obligación de levantar en los terrenos colindantes un hospital para alivio y alojamiento de peregrinos, nombrando al efecto «Ministro del Puente» al Arcediano Arias, según puede acreditarse en carta fechada en el año 1152 firmada por dicha infanta. Nuevamente es destruido en el año 1324, esta vez a propósito, por los habitantes de los barrios extramuros de la ciudad: San Lorenzo y La Serna, que cortan así la entada en León a las huestes del conde de Trastámara, sublevado contra el rey Alfonso XI, a quien quieren demostrar su fidelidad, de esta manera, los buenos labrantines del alfoz leonés, que habían recibido grandes favores reales en la protección de sus intereses frente a la creciente rapiña de la nobleza. La orden de Santiago La ya poderosa Orden de Santiago, titular de la administración y control de los bienes que se han ido acumulando a orillas del Bernesga, se hace cargo en el año 1430 de la reparación del puente. Cuatro años después, el día 10 de agosto, una gran muchedumbre se congrega a la par del puente y a la sombra de los muros del primitivo monasterio de San Marcos. La ocasión es tan singular, y de tanta nombradía el hecho que la origina, que más de cien pajes y cincuenta trompeteros escoltan a la nobleza leonesa más preclara, que esperan impacientes el remate final de aquel gran acontecimiento. Y llega, por fin, el caballero más aclamado de la Baja Edad Media leonesa: don Suero de Quiñones, que viene victorioso de romper, lanza tras lanza, las de sus escogidos contrincantes, para terminar rompiendo también las cadenas en que su amor no correspondido le tenían prisionero. Esta gran «cazurrada», celebrada en pleno año Santo compostelano de 1434, se conoce históricamente con el pomposo nombre de «Passo Honroso de la Puente del Órbigo». Casi dos siglos después, los hermanos Leonardo y Felipe de la Cagiga, arquitectos procedentes de la Merindad de Trasmiera, a la que pertenecía entonces su villa natal de Laredo, vienen a León acompañados de una buena cuadrilla de canteros trasmeranos para cumplir con el acuerdo que han firmado en el Corregimiento, que les obliga a «levantar la Puente de San Marcos ajustada en seis mil ducados». Pocos años más tarde, otro caballero de Santiago, caído en desgracia por sus constantes críticas al valido del rey, cruzaría el puente camino de las mazmorras del monasterio. Francisco de Quevedo y Villegas, contaría años después, en sus memorias, las penurias vividas en unas condiciones que degradaron su condición humana.

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