Diario de León

LAS PISTAS

¿Cómo eran nuestros antecesores?

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León

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Como ya hemos dicho, no existió una única Humanidad, como ocurre hoy día. En este sentido, nada menos que tres grupos diferentes vivieron entre hace 2 millones de años y un millón y medio. El tercer grupo, más evolucionado, con un cráneo más grande y un marcado desarrollo de la zona de las cejas, el Homo Ergaster, que aparece hace más o menos 1,8 millones de años. Esta última especie es la candidata a ser considerada como antepasada de los europeos, y es aquí donde entra en juego la importancia de Atapuerca. Su estatura es muy grande (1,60 metros que significarían en el adulto cerca de 1,80), la forma de su cuerpo es plenamente humana y su cerebro también es grande. El Homo Antecesor, encontrado en la Gran Dolina de Atapuerca, era alto, fuerte y de pequeño cerebro, pero con una cara muy similar a la nuestra, más inteligentes y menos instintivos, más cazadores, dotados de una mente más simbólica y poseedores de una tecnología más compleja de la que cabría esperar para su época. El descubrimiento del fuego Por su parte, el Homo Heidelbergensis poseía una dieta que combinaba vegetales, frutos y semillas con carne obtenida mediante la caza y el carroñeo y al igual que los homínidos de Dolina, sólo realizaba en piedra sus instrumentos. Al parecer, no conocían el fuego. Aunque tenían una altura similar a la del hombre actual, tenían una corpulencia un tercio superior a la nuestra, pesando una media de 100 kilos (sólo contando osamenta y masa muscular, sin depósitos de grasa). En cuanto a los Neardentales, su nombre se debe al esqueleto encontrado en 1856 en el Valle alemán de Neander, cerca de Düsseldorf, aunque en 1848 ya había aparecido un cráneo en Gibraltar. Los restos fueron polémicos más tarde, cuando Darwin analizó el origen del hombre y algunos los consideraron antepasados directos. Los Neandertales no eran muy diferentes de nosotros: inteligentes (su volumen craneal medio es incluso mayor que el actual), tenían sofisticadas técnicas de talla, conocían el fuego y enterraban a sus muertos. Su esqueleto era similar al nuestro, aunque eran mucho más fuertes y no eran patizambos como se los representaba antes. Las diferencias se concentran en el cráneo: nariz muy ancha y no tenían mentón.

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