Federico Trillo

DICE EL EX MINISTRO de Defensa, Federico Trillo, que «nadie puede pedirme lo que no es suyo», a propósito de la petición, formulada por los familiares de las víctimas del Yak-42, de que renuncie a su escaño de diputado una vez que se ha establecido su responsabilidad política en el trágico accidente de aviación que costó la vida a 62 militares españoles. Nadie puede, en efecto, pedirle lo que no es suyo, pero el escaño que todavía ocupa el ex ministro también le pertenece a él, pues su actuación política no le acredita ya como moralmente digno de ocuparlo. El actual ministro, José Bono, desgranó en el Parlamento, con elegancia y sin ensañarse con su antecesor, las conclusiones de la investigación derivada del accidente del Yakovlev, que si de una parte difícilmente se hubiera producido de no darse un cúmulo de negligencias e irregularidades de las que, por el cargo que ocupaba, Trillo resultó responsable, de otra tuvo el epílogo deplorable de la pésima actuación de sus subordinados en la identificación de las víctimas. En tiempos de paz, mejor que bravuconadas como la de invadir islotes resulta centrar los esfuerzos y los recursos en la seguridad y el bienestar de nuestros militares y sus familias, capítulo éste en el que ex ministro no pudo dejar el Gobierno, por voluntad expresa de las urnas, con peor nota. Aclarar lo sucedido, sustanciar responsabilidades y buscar la verdad en su espacio legítimo y natural, el Parlamento de la Nación, nunca podrá ser, como algunos han dicho, ni una «persecución» ni un «linchamiento», aunque tampoco extraña que a quienes han intentado ocultar esa verdad pese al sufrimiento de las familias de las víctimas, se lo parezca. Pero la insensatez del enroque de Trillo se multiplicó con la intervención del portavoz Eduardo Zaplana, una intervención insultante y tocada de ese aire gamberro, vandálico casi, que tanto les gusta a Ángel Acebes y a él. Si el PP quiere convencerse alguna vez a sí mismo y a los demás de su vocación moderada y centrista, no habrán de ser esos dos señores que llaman «miserables» a todo el mundo quienes lo lideren.