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Un ilustre borrado del callejero

Los profesores de Historia Contemporánea exigen al municipio que devuelva la calle a Fernando de Castro o le dedique un bulevar del área 17

Publicado por
FirmaA. Gaitero
León

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Fernando de Castro Pajares, nacido el 30 mayo de 1814 en Sahagún, no conoció el Ensanche leonés, ni paseó nunca por la que hoy se llama calle Roa de la Vega. La ciudad de mediados del XIX apenas había salido extramuros con unos pocos arrabales, pero en la época de la II República, de 1931 a 1936, el Ayuntamiento constitucional decidió recordar su figura -franciscano descalzo, pero encendido defensor de la revolución liberal y de la educación de las mujeres- dando su nombre a la céntrica vía del Ensanche. Sin embargo, fue borrado del callejero leonés el 10 de diciembre de 1959. El pleno de la Corporación municipal, presidido por José González Llamazares, «se la retiró con el grosero argumento de que el nombre que lleva esta calle le fue dado en la época de la República para honrar la figura de un clérigo renegado». Los profesores del área de Historia Contemporánea de la Universidad de León (departamento de Historia) son los autores del escrito registrado el 26 de octubre en el Ayuntamiento para que el municipio repare la afrenta y «se vuelva a denominar con su nombre la calle que ya lo tuvo (actual Roa de la Vega) o, alternativamente, se le dedique otra calle nueva de la misma importancia». En concreto, proponen que el callejero dedique a D. Fernando de Castro Pajeres el bulevar central del área 17, actualmente en fase de construcción. Lejos del desprecio que emana del acta -Libro de Actas de Sesiones, año 1959, p.167- los profesores reclaman, en nombre del rigor histórico, «hacer emerger una figura que proyecta la defensa de algunos de los valores más preciados por nuestro sistemas de convivencia democrática y en los que se cifran buena parte de las aspiraciones sociales». Su defensa de la igualdad, como premisa de la modernidad, ra de un singular franciscano descalzo que «en los agitados años» del reinado de Fernando VII dándole se mostró partidario de la «revolución liberal». En esa ciudad levítica vivió este fraciscano saguntino cuando fue excdurante sus años de vicerrector del seminario San Froilán, donde impartió clases de Teología y Filosofía; la misma ciudad en la que también fue secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País y comisionado para recoger libros y objetos de arte de los conventos suprimidos en la provincia para formar la Biblioteca y el Museo públicos de León Fernando de Castro Pajares, nacido el 30 mayo de 1814 en Sahagún, no conoció el Ensanche leonés, ni paseó nunca por la que hoy se llama calle Roa de la Vega. Pero durante la II República, de 1931 a 1936, el Ayuntamiento constitucional decidió recordar su figura en la céntrica calle del Ensanche. Sin embargo, fue borrado del callejero leonés el 10 de diciembre de 1959. El pleno de la Corporación municipal, presidido por José González Llamazares, «se la retiró con el grosero argumento de que el nombre que lleva esta calle le fue dado en la época de la República para honrar la figura de un clérigo renegado». Los profesores del área de Historia Contemporánea de la Universidad de León (departamento de Historia) creen que «ya es hora de que el Ayuntamiento repare el agravio cometido durante la dictadura franquista con uno de los más destacados leoneses de la época contemporánea». En un escrito registrado el 26 de octubre en el Ayuntamiento exigen que el municipio repare la afrenta y «se vuelva a denominar con su nombre la calle que ya lo tuvo (actual Roa de la Vega) o, alternativamente, se le dedique otra calle nueva de la misma importancia». En concreto, proponen que el callejero dedique a D. Fernando de Castro Pajeres el bulevar central del área 17, actualmente en fase de construcción. Lejos del desprecio que emana del acta municipal de 1959, los profesores reclaman, en nombre del rigor histórico, «hacer emerger una figura que proyecta la defensa de algunos de los valores más preciados por nuestro sistemas de convivencia democrática y en los que se cifran buena parte de las aspiraciones sociales». Los firmantes - Francisco Carantoña, Carlos Sen, Javier Rodríguez, Gustavo Puente, Elena Aguado y David Martínez- destacan su defensa de la igualdad, como premisa de la modernidad, y de la educación como instrumento para conseguirla. «Desde posiciones muy tolerantes -añaden- llevó a cabo iniciativas de gran importancia a favor de la educación de las mujeres y de la abolición de la esclavitud». No en vano, como destaca Carmen de Zulueta en su libro Misioneras, Feministas, Educadoras , fundó en Madrid las conferencias y lecturas públicas para la educación de la mujer conocidas como Conferencias Dominicales. Fue, además, una de las figuras fundamentales del krausismo. Con 14 años de edad ingresó en el convento de franciscanos descalzos San Diego de Valladolid, pero tras la exclaustración de 1835 siguió estudios sacerdotales en León. Aquí fue vicerrector del seminario e impartió Teología y Filosofía; secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País y comisionado para recoger libros y objetos de arte de los conventos suprimidos en la provincia para formar la Biblioteca y el Museo públicos de León. «Durante esos agitados años se comportó como claro partidario de la revolución liberal», indica el escrito. En 1845 se traslada a Madrid, obtiene una cátedra de Historia y es nombrado capellán de Palacio. En 1867 es expulsado de la Universidad por el Gobierno de Narváez, que decreta el cierre del Parlamento y quiso obligar a los profesores a firmar un manifiesto a favor de Isabel II. Con él fueron reoresakuadis el también leonés Lázaro Bardón Gómez, Salmerón, Castelar, Sanz del Río y Giner de los Ríos. La revolución de septiembre de 1868 repuso sus cátedras y de Castro fue nombrado rector de la Universidad Central, puesto desde el que promovió clases nocturnas para obreros y la Escuela de Institutrices. En 1871 y 1872 fue senador por León, Fue presidente de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y Sociedad Abolicionista de España. Falleció en 1874 y fue enterrado civilmente y sin ceremonia religiosa por expreso mandato suyo. Al sepelio acudieron los discípulos, amigos y compañeros que poco después crearon la Institución Libre de Enseñanza.