Diario de León
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CLAUSTRO DE PROFESORES DEL COLEGIO PÚBLICO ANTONIO GONZÁLEZ DE LAMA DE LEÓN
León

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EL 17 DE enero de 1905 nacía en Valderas Antonio González de Lama. Se celebra este año el primer centenario del nacimiento de esta destacada personalidad de la cultura leonesa. Don Antonio fue una figura polifacética y para nosotros, maestros y maestras del colegio público que lleva su nombre en León, es luz en nuestro quehacer cotidiano. Tratamos de asumir su testamento pedagógico y didáctico porque en este campo como en otros se adelantó a su tiempo y su vida fue una entrega total a la educación integral de su alumnos. Dice Herbert Marcuse que «educador será quien predique la libertad no quien adoctrine a un grupo de escolares; quien fomente la acción, no quien invite a la sumisión; quien defienda la persona, no quien sostenga el orden. Sólo unos pocos educadores serán capaces de comprender este giro radical y comprometedor». Entre estos pocos educadores comprometidos se halla por méritos propios don Antonio. Él educaba para que los jóvenes adquirieran una mentalidad crítica, descubrieran su individualidad, la desarrollaran al máximo y llegaran a la libertad de poder dirigirse a sí mismos. Sabía que el ser humano, incrementando su capacidad de relacionar hechos, aumentaba también su inteligencia y su serena y ponderada actitud crítica. De ahí la importancia que daba a la capacidad de análisis y de síntesis en sus educandos mediante actividades concretas para que alcanzaran un criterio propio. Él ya sabía que el ejercicio del propio juicio, debía convertirse en el objetivo de una sólida educación. Además de que sólo mediante la repetición de actos buenos y nobles es posible lograr la adecuada formación moral que caracteriza siempre a la buena educación. Los principios pedagógicos que se reflejaban en su práctica docente eran estos: Tener una visión precisa del alumno: Él es un ser original extraordinariamente rico en energías potenciales que anhelan su plena expansión a través de la propia actividad personal. Movilizar la actividad del educando: El programa principal debe consistir en el desarrollo de las aptitudes del niño y para esto no hay otro medio que el de «hacerlo hacer». El docente debe ser un «guía» y no un «instructor», no debe reducirse a ser el distribuidor de nociones, sino que debe estimular, despertar, las energías durmientes de alumno para la conquista no sólo de conocimientos sino de aptitudes y actitudes. Partir de los intereses profundos del niño; lo que se pide es que se parta de las verdaderas necesidades de desarrollo del niño y por consiguiente, se dé al estudio la motivación de un profundo enriquecimiento personal. Abrir la escuela a la vida: Ambiente doméstico en el interior de la escuela, ambiente natural en el exterior. Hacer de la clase una verdadera comunidad juvenil: La clase transformada en familia y el trabajo en grupos son factores insustituibles para el desarrollo intelectual y moral del joven. Dar a cada uno según su capacidad: El alumno medio no existe; es necesario, por consiguiente, adaptar la enseñanza a la aptitudes y a las deficiencias individuales. De donde la necesidad de unir a la enseñanza colectiva las actividades individuales y libres. Sustituir la disciplina exterior por una disciplina interior libremente aceptada: ni pedagogía represiva, ni pedagogía libertaria sino disciplina interior y activa. Programa exigente que requerirá un optimun de preparación por parte del docente. Este es el legado pedagógico-didáctico que nos dejó Don Antonio González de Lama, no escrito, sino en su praxis docente del día a día. No podemos dejar de citar aquí a G. Santomauro en su Didáctica porque resume magistralmente el grado de humanidad que debe evidenciar todo buen educador como fue este maestro de maestros: «la escuela, su estructura, su contenido, su alma, sus enseñanzas implican necesariamente una acción educativa meditada, es decir, informada por una constante y atenta reflexión crítica, que es, al mismo tiempo, el signo de una humanitas particularmente viva y laboriosa del educador y de un saber pedagógico, constantemente renovado por las aportaciones de la personal experiencia educativa. El maestro, en el arco de luz de su humanidad y saber pedagógico, organiza y elabora las estructuras de su obra testimoniando así el proceso de un «arte» inconfundible, el enseñar». Don Antonio entendió al ser humano en su barro y en su brillo. Seguiremos aprendiendo de su vida y de su obra como fuente de sabiduría.

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