Diario de León

Tradiciones y leyendas populares

El arraigo popular de las procesiones y las cofradías de la ciudad ya aparecía en la literatura popular de 1693 con todos los detalles que se podían ofrecer en aquella época

Las procesiones de Semana Santa han sido objeto de absoluta devoción histórica entre los leoneses

Las procesiones de Semana Santa han sido objeto de absoluta devoción histórica entre los leoneses

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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«El Domingo de Ramos va la Ciudad a la catedral a recibir los ramos; entra al tiempo de la bendición; recibénse con las mismas ceremonias y cortesías que las velas; acompaña a la procesión, que este día va a la parroquia de San Marcelo y vuelve a la catedral, donde asiste hasta acabar la Misa». De esta manera reza el capítulo XXX del curioso libro del Marqués de Fuentehoyuelo, editado en 1693 con el rimbombante título de «Resumen de las Políticas Ceremonias porque se gobierna la Noble, Leal y Antigua Ciudad de León». Libro que recoge , así mismo, el protocolo corporativo del Viernes Santo. Aunque la cita se remonta al siglo XVII, la Semana Santa leonesa tiene hundidas sus raíces y tradiciones en varios siglos atrás, cuando los propios reyes leoneses presidían las solemnidades litúrgicas y participaban activamente en los desfiles procesionales vestidos de tosco sayal y confundidos en la plebe con los penitentes más significados. La nobleza leonesa, animada por el ejemplo Real y seguida muy de cerca por el riguroso control de una Iglesia todopoderosa, hacía ostensible su presencia en todos los actos programados. Los prolegómenos de la Semana Santa comenzaron siempre en León con la procesión del Viernes de Dolores, que desde nuestra vieja y entrañable iglesia románica del Mercado sigue invariablemente el antiguo recorrido del casco antiguo de León, con parada y canto de la Salve en el cercano convento benedictino de las «Carbajalas», donde nuestra Virgen estuvo alojada en tiempos de reparación en la parroquia del Mercado a causa de un incendio y las reparaciones pertinentes. Otra de las paradas se sitúa en la Plaza de Santo Domingo, en recuerdo del desaparecido convento dominicano que da nombre a la plaza, desde donde se canta otra Salve coreada por miles de personas que escoltan y alumbran a la popular Dolorosa con sus típicos faroles acristalados. Domingo de Ramos Ya el Domingo de Ramos, con una tradición también secular, la Venerable Orden Tercera de San Francisco, que antes del año 1763, fecha en que se levantó la actual iglesia, por ruina de la anterior, del siglo XIII, poseía una capilla adosada al convento franciscano, inició el desfile procesional que el pueblo llano conoce por la Procesión del «Dainos», así nombrada por el gracioso vulgarismo que las buenas gentes introducían en un pareado, que a manera de salmodia lúgubre repetían una y mil veces la universal petición de todos los tiempos: «Dainos Señor buena muerte/ por tu santísima muerte». De todos es conocida esta vocación cuaresmal que distingue a estos Terciarios franciscanos, que desde la capilla en cuestión salían a rezar el «Vía Crucis» hasta el Calvario que el municipio sostenía en los jardines contiguos al Paseo del Túnel, que más tarde fueron ocupados por la Facultad de Veterinaria. Luego, la noche del Jueves Santo, en contrapunto con la báquica «procesión» del Genarín, la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, mantiene desde tiempos inmemoriales la llamada «Ronda», protagonizada por tres virtuosos del tambor, esquila y clarín, acompañados por un vocero que lanza su pregón a la voz de «¡Levantáos, hermanitos de Jesús, que ya es hora!». Pregón que comienza en el viejo consistorio de San Marcelo, palacio episcopal, gobiernos civil y militar...para que sus titulares participen de esta singular llamada, que por ser única en el repertorio semanasantero nacional, ha sido distinguida, desde el año 1998 con el título de «Fiesta de Interés Turístico Nacional». El milagro del Nazareno Con todas las reservas propias de la milagrería andante, pero fieles a la tradición y leyendas leonesas, queremos reflejar lo que pasó una noche de Jueves Santo, durante la procesión llamada entonces de «penitentes», que organizaba la desaparecida Cofradía de La Cruz en el siglo XVII. Es el caso que al pasar el «Nazareno Grande», por las inmediaciones de la catedral -según consta en crónica del Convento de las Religiosas Descalzas, y en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional- un niña, hija de la linajuda familia de los Villagómez, se sintió inquieta y zarandeada por una fuerza que su madre no acertaba a comprender y que achacaba a la propia inquietud juguetona de la chiquilla. Pero su sorpresa fue mayúscula al ver cómo, tras el solemne paso de la figura, su hija era arrastrada hacia el convento de las Descalzas por la cuerda que pendía del cuello del Nazareno. Y Dice la crónica textualmente: «Entonces dixo a los que llevaban el paso que parasen; y desenvolviendo el manto de su hija, halló que la efigie del Redentor la tenía presa en la soga. A esta novedad paró toda la procesión; dióse cuenta al señor Obispo, y examinaron aquel prodigio, y poniendo la niña en cuerpo a vista de todos, se halló que estaba presa con tres vueltas de la soga, las dos por los hombros y la otra por la cintura». Ni que decir tiene que la niña llegó a ser «la Venerable Madre Sor Juana María de San Agustín», en el convento de las Descalzas.

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