CRÉMER CONTRA CRÉMER
El buen ladrón y el malo
EN VERDAD EN VERDAD TE DIGO que hoy estarás conmigo en el Paraíso. No se si fueron exactamente estas las palabras del prodigio, pero las tengo programadas desde la infancia y de una o de otra forma, suelo repetirlas cuando la ocasión lo demanda. Y así que se produce la sagrada representación de la Vida, Pasión y Muerte de Jesús, el de Nazareth, me vuelve a la memoria aquel momento en el cual uno de los dos ladrones que acompañaban a Jesús en el suplicio de la cruz, se lamentaba de su infortunio, instando a aquel al que llamaban Rey poderoso de los judíos a que le ayudara en tan tremendo trance. Y el Cristo, que por cierto ya no estaba para contemplaciones, sacando fuerza de flaqueza, le prometió el Paraíso. Y dice el Evangelista que el ladrón, murió sereno, con la mirada y el corazón prendido de la agonía del Gran Inocente. Fuera así o de cualquier otra manera, la historia, leyenda o apólogo sacro tiene tantos puntos de verosimilitud que su empleo persiste entre el maremágnum de leyendas tejidas con motivo de la biografía del Hijo del Carpintero. O sea, me dice mi mentor particular, que estudió para cura en el Seminario de San Froilán, que no fue necesario que una Cofradía, ni que una Corporación, ni siquiera que un familiar solicitara para el apresado por sus muchas culpas elevara al Señor un expediente solicitando el indulto. Sin más exigencias que el cabal conocimiento de la justicia y de la caridad, el crucificado consoló al ladrón bueno y le prometió la gloriosa libertad del Paraíso. Y el buen ladrón, repite el evangelista, sin más discurso que el del sufrimiento, fue muriendo dando las gracias a quien tan generosamente y en momentos tan angustiosos como el de la agonía en la cruz, alcanzó la gracia obtenida por su fe en la justicia. Y es lo que me repite el evangelista: Le salvó la fe, nos salva la fe y para salvarnos de tantos quebrantos como nos acosan hay que tener fe...; tener fe «y andar por las piedras» que aconsejaba Jesucristo a San Juan cuando en el trance de cruzar el lago sintió con terror que se hundía, mientras que sus compañeros caminaban seguros sobre las aguas. «¡Señor, Señor», clamaba el infeliz. Y Jesús volviendo la mirada, le explicó: «Ten fe Juan amado, ten fe, pero anda por las piedras, como los demás»... Y acaso la aplicación de este episodio se debe a que los ladrones que ahora y en la hora de nuestras muchas desdichas y violaciones, los ladrones, además de no andar por las piedras o sea además de no tener en cuenta la discreción ni el mandato de las leyes, ni tienen fe ni les importa mojarse. Porque el caso es alcanzar el botín. Nunca se dieron en España tantísimos ni tan ávidos ladrones como en la actualidad. Y ninguno es bueno. Por tanto ninguno será con Jesús en el Paraíso, sino todo lo contrario. España, por lo que se comprueba, es como una cueva de ladrones de cuello alto, de mirada turbia y de moral borrada por la costumbre de robar. Los Tribunales acumulan denuncias, comprueban hechos y descubren mafias, al mismo tiempo que (¡Oh milagro!) se desenmascaran personajes de alcurnia que andan por las piedras peros in que por ello les sea dado entrar en el Paraíso. Y no sólo por aquello del camello y del ojo de la aguja, sino porque la abundancia de ladrones impiden ver al ladrón. 1397124194