EL AULLIDO
París y los surrealistas
ACABO DE VISITAR intensamente en el Centro de Arte Moderno de Barcelona la exposición «París y los surrealistas», y tal vez por eso aún veo la vida en distorsión. Les cuento: Sí, hay ciudades que por su personalidad o circunstancias parecen más bien mundos, y un buen ejemplo de esto fue el París de entreguerras -más concretamente la orilla izquierda del río Sena, la llamada Rive Gauche-. Allí coincidieron, como para ampliar el concepto de virtud y para hacer avanzar la historia en línea recta, los más importantes creadores de Europa y América, y por eso entonces París fue la capital artística del mundo. París era una fiesta, escribió Hemingway, sí, pero también y sobre todo París, creo yo, era una ciudad a la que se llegaba como se llega a ese amor que te cambia la vida: sin preverlo pero mereciéndolo. Toda revolución era bienvenida en París. Todo el que tuviera algo que decir y todo el que pudiera aportar un verso, una historia o una imagen a la vorágine palpitante de la ciudad era bien recibido. Había de todo, claro, pero entre la fauna bohemia y genial que frecuentaba entonces los cafés de Montmartre destacaban por su malditismo los surrealistas. Eran creadores fascinados por las obras de Freud, y obsesionados pues por vivir, escribir y pintar siguiendo los dictados de su inconsciente. ¡Qué extrañeza radical! ¡Qué locura! Trataban los artistas de pintar de forma irracional -automatismo psíquico puro lo llamaban- dando lugar a obras innovadoras, atrevidas, imposibles, irreverentes, sorprendentes, audaces en las que más allá de la ejecución o el oficio primaba el hallazgo visual, y la plasmación simbólica de lo humano. Cada cuadro un sueño. Cada fotografía un negativo del alma. Cada hombre un Dios. Cada poema algo que el lector no podía comprender ni olvidar. Teniendo en cuenta lo que les cuento en mi opinión esta meritoria exposición no es tanto un homenaje a los surrealistas como un elogio de París como ámbito y como metáfora, como lugar propicio para el arte y la vida, como diálogo, encrucijada, hospitalario corazón cultural del mundo. Sí, quien la visite en Barcelona -luego la exposición se trasladará a Bilbao- no sólo contemplará obras histriónicas e inteligentes de Dalí, o cuadros oníricos de Oscar Domínguez, o innovadoras fotografías de Man Ray, o bellísimos cuadros en miniatura de Remedios Varo, de Toyen, Miró, Leonora Carrington y otros muchos, sino también hará un repaso visual de los principales temas del surrealismo como el de la mujer como maga y musa, el de la representación del deseo y la naturaleza, los cadáveres exquisitos, la palabra como arma, la imagen a modo de amuleto... Visitar esta exposición, créanme, es como hacer un viaje en el tiempo y regresar con tesoros... Es como hacer un viaje al interior del alma y regresar más vivos. Pero además resulta emocionante contemplar la gran afluencia de público asistente que esta exposición congrega, síntoma del enorme interés que el público demuestra para con el surrealismo: no olvidemos que el Museo Dalí de Figueras es el segundo más visitado de España tras El Prado. Si algo he aprendido en esta exposición sobre París es que la ciudad actual, en tiempos decisivos como los que estamos viviendo, no ha de entenderse como un espacio de normalidad sino como un diálogo perpetuo, una enriquecedora suma, un canto a la tolerancia y una demostración fehaciente de que no todo tiene que ser unidireccional y homogéneo, y que lo distinto enriquece. Y si algo me ha enseñado igualmente la exposición es también que el surrealismo, por raro que parezca, resulta habitual y cotidiano en nuestras vidas pues lo extraño, lo insólito, lo irracional, lo fantástico, lo onírico nos lo podemos encontrar a cada paso, y ciertos artistas como los citados sólo nos estimulan para que no nos pase desapercibido, y para apreciarlo. Sí, y acaso nos ayudan también a saber que la existencia necesita un poco de locura, de juego, de pasión, de utopía, de rebeldía, de más allá. ¡Qué maravilla de exposición! Se la recomiendo