CRÉMER CONTRA CRÉMER
La saga de Trapiello
AÚN NO SÉ POR QUÉ caprichos del destino desde que me asenté en León (lo del asentamiento es un dicho que no supone nada o que lo supone todo) di de bruces de corazón con alguno de los Trapiellos múltiples que poblaban la ínsula. Como yo iba para poeta de provincias, pronto di con un Trapiello que escribía unos Medallones líricos dedicados a las efigies en piedra de la facha de San Marcos, en un periódico titulado «El Magisterio Leonés» o algo parecido, en el cual el que suscribe comenzaba a establecer contacto con la letra. En principio, de plomo y antimonio, después Dios diría. Pero el milagro se produjo: y fue que animado ante aquellos medallones del Trapiello que ya consideraba maestro de mis letras primeras, inicié el período de ensayos, que ¡ay de mí! A estas peleas letradas habían de llevarme. Luego, surgió en alguno de los momentos en que ya me arriesgaba a tender en vuelo, con la tutela de Francisco Pérez Herrero, el inventor de «Genarín», establecí contacto con otro Trapiello, que nadaba en política, pero tal vez sin el gancho que conviene a los fines de prosperar, porque apenas comenzada su andadura, que tan feliz se esperaba, acabó dedicado profesionalmente a la benéfica tarea de vigilar el curso de la correspondencia provincial. ¡Cuantas novelas de amor, no encerrarían muchas de aquellas amorosas epístolas pasadas por sus manos! Y ya en la plenitud de mi biografía, me surge el Trapiello de mis andanzas como compañero del alma, compañero. Hubo momento en el cual se facilitó la presencia de Trapiello andariego que ahora y en esta hora feliz para las nominaciones leonesas, obtiene por derecho, como estrambote brillante de una carrera con fundamento el Premio de Novela «Fundación Lara», por un texto no por oportuno menos digno de ser incluido en la nómina de los grandes libros de nuestro tiempo: «Al morir Don Quijote» Realmente no hacía falta que se produjera este episodio para que se consagrara la figura de Andrés Trapiello como uno de los escritores más importantes de España, pero nunca sobra que de cualquiera de los mecanismos destinados a la proclamación de los libros dignos de ser anotados surja la voz amiga que nos repita a los leoneses, tan indiferentes por lo regular a estos eventos intelectuales, que en algún lugar de nuestra geografía, en Manzaneda de Torío, que es tierra de fecundidades, nació y vivió este ya insigne Andrés Trapiello, uno de los más brillantes de la saga. Y lo verdaderamente doloroso es que este personaje, resulta escasamente conocido, como si se tratara de una invención o de una fantasía. Y Andrés Trapiello, poeta, ensayista, periodista, novelista, hombre humilde y errante existe y ya se inscribe en la nómina gloriosa de los grandes escritores con los cuales se debiera componer la gran antología de la literatura leonesa. No sé, ni tengo por qué saberlo, si los variados y sorprendentes regidores de nuestra cultura, recogerán el desafío de este nuevo triunfo de un leonés, para testimoniarle de algún modo el orgullo de la patria madre por su espléndida madurez intelectual. A lo peor sucede que no se enteran, agobiados quizá por los compromisos contraídos para levantar palacios y esculturas, aunque sean para mal. Si Andrés Trapiello volviera yo sería su escudero, que buen novelista era