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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO SÉ TODAVÍA LO QUE ES, pero que está pasando algo es evidente. Cuál pueda ser ese «algo» que percibo, no conseguiría explicarlo por muchos esfuerzos que hiciera. Y es que el tiempo, nuestro tiempo, es lo bastante complicado para que su traducción, su contenido quede fuera del alcance del hombre humilde y errante que en realidad soy, somos. Se anunció con ininterrumpido tableteo de tambores y gemidos agudos de clarín que la Semana Santa estaba con nosotros y con nuestro espíritu, como se sugería desde los púlpitos y para animar tal tiempo, llegado del frío, la primavera, sin otros heraldos que los de sus propios brillos descorrió las cortinas de su alcoba y se mostró ¡al fin! desnuda y pura, con todas sus gracias expuestas para las hambres de belleza que sufre una sociedad dedicada de modo abrumador a la especulación, a la trampa, a la prevaricación y a la corrupción de menores y mayores. Algo, sin embargo, debe estar pasando para que de pronto aparezcan en la explanada gentes que creíamos ya borradas de todos los censos, escritores, poetas, pintores y demás gente de bien vivir. Conviene dar cabal noticia del acontecimiento, a fin de que los historiadores no se confundan y consideren que todo el monte es centro y signo de descomposición, podredumbre, abuso y pornografía. Por más que los signos más calificativos nos empujen a sospechar que todo lo que nos abruma no tendrá solución, la verdad es que la vida, nunca se deprava totalmente, que Dios mismo aprieta pero no ahoga, y en algún rincón de esta patria plegable que es España, surge cuando más o menos lo esperamos, porque la esperanza es lo último que se pierde, una señal inequívoca que nos indica que algo sucede, que sin embargo la tierra se mueve. Y es que acaba de aparecer, bajo la tutela de la Junta de Castilla y León, una Revista de Poesía. Se titula «Albor», y la ampara la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Y vive Dios que me abruma esta grandeza y que diera un doblón por describirla, porque se trata sin duda de la indicación más fehaciente de que, entre tantísimo agravio, la poesía sigue girando alrededor del sol. El poeta Andrés Quintanilla, desde su posición de lanzador de avisos para navegantes, envía la primera señal, y a nosotros se nos ocurre proponer el suceso como uno de los indicios de que esto puede cambiar, está cambiando. Porque cuando estas promociones gloriosas se producen es porque la vida ya no soporta tanta vulgaridad, tanta apariencia, tanta falsía y se prepara para iniciar una nueva manera de ser. Una identidad si se quiere. Porque de los grandes males son los grandes remedios. Ni Castilla tiene mar ni León tampoco. Somos marineros de tierra adentro y nos entusiasma la idea de navegar. León es una ronca guitarra con tierra en vez de agua. Y en nuestro cancionero se menciona nuestra condición de navegantes líricos: Marinerito, apaga la vela que está la noche tranquila y serena... Marinerito, apaga el farol que ya está la noche tranquila y sin sol

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