| Los finalistas |
El paisaje de mi niñez
Recorrer con la vista aquel paisaje resultaba triste. Triste y macabro. Macabro y descorazonador. Hacía ocho años que no había vuelto a poner mis pies en aquel lugar. Cuando era más pequeña e inocente las cosas parecían sencillas. Uno iba a pasar el día en el campo, era domingo y mi madre había metido en la bolsa de rafia las bebidas, los cubiertos y la comida que parecía estar deliciosa cuando se almorzaba al aire libre. Era emocionante subir al coche y escuchar «abrocharos los cinturones» y comenzar a ver pasar las casas y los árboles. Al llegar, el olor a agua y a verde nos hacía volar hacia la orilla del río, donde la luz del sol se reflejaba en el agua, haciéndonos guiñar los ojos y abrir, con una gran sonrisa, la boca. El resto del día lo pasábamos jugando o comiendo. Por fin llegaba el momento de oír a mi madre -¡vamos a recoger todo lo que no queremos llevar a casa! Y las dos dejábamos el césped del mismo color que lo habíamos encontrado. Después, al contenedor de basura, un poco más allá del coche. Escuchábamos -¡muy bien muchachas! otro día volveremos y estará tan bonito como lo habíamos encontrado!. Pero no fue así. Como en un sueño pasó el tiempo y ese lugar especial era distinto y triste. Triste y desolador. ¿Qué había ocurrido? Con la mano haciendo una visera sobre los ojos, comencé a fijar la mirada buscando una respuesta. Y la encontré. Una urbanización se levantaba, trepando por la colina, al otro lado del río. Casas independientes, vidas independientes. La urbanización limpia y el estercolero fuera, -¿por qué?- pregunté -si vuestra casa está limpia y vuestro jardín reluciente, ¿por qué os rodeáis de escombros y maloliente basura? Las bolsas de desecho se apilaban al lado de los contenedores. Envases y escombros, se unían por doquier formando pequeñas elevaciones que hacían olvidar lo gratificante que había sido disfrutar de aquel entorno. No pude mirar más y cerré los ojos. Entonces deseé que todo aquello que había visto, desapareciera y con más fuerza pedí volver atrás en el tiempo, para encontrar aquel lugar que dejé en mi niñez. Me sobresalté al oír aquel sonido, primero lejano y luego atronador. Y llegaron en aquel momento. Era como si mis ruegos hubieran sido escuchados. Y el recuerdo, comenzó a cobrar forma. Allí estaban irguiéndose orgullosos. Y donde había estado la maloliente basura y los desechos, ahora había Tres Centinelas. Uno azul, otro verde y otro amarillo. Los Tres Guerreros del Reciclado. Sonreí, pensando, que después de todo, podría volver a ver aquel paisaje con los mismos ojos inocentes de cuando mi hermana y yo teníamos tan sólo ocho años.