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Andrés Suárez ha muerto

Cientos de personas asistieron al funeral por el ex rector

Cientos de personas asistieron al funeral por el ex rector

Publicado por
Victoriano Crémer
León

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Andrés Suárez era un hombre bueno. Fundamentalmente bueno, diríamos a lo Machado, y cuando su estampa humana, su sentido de la solidaridad entre todas las gentes y su disposición inalterable para cumplir con su deber profesional y humano, le sitúan en la escala de los supremos valores. Parece indispensable, para cumplir con la función que nos asignamos ante la desaparición de figuras realmente significativas y emblemáticas, que consignemos en prosa doliente los datos de su función entre nosotros. Y se dirá de él que fue catedrático, es decir enseñante de alto entendimiento de la profesión, pues no se limitaba a cubrir el expediente, que solía decirse para justificar perezas, sino que se adelantaba a los acontecimientos y se constituía en el verdadero acontecimiento. Sin ruidos, sin alardes, sin aparatosidades, sencillamente, silenciosamente, como pidiendo licencia y disculpa por su categoría intransferible. Porque además de maestro de maestros, y de profesional veterinario y fundador del espíritu creador que a todo enseñante incumbe, era el hombre necesario para cuanto exigía generosidad, conocimiento y sentido de identificación cultural. Porque se da la feliz, la gloriosa circunstancia de que si León cuenta con un Centro Universitario, ya a nivel de aquellos famosos, con renombre bien ganado al cabo de siglos, se debe en buena parte a los trabajos y sacrificios que Andrés Suárez se impuso, con la valiosa colaboración y entendimiento de Don Emilio Hurtado Llamas y Don Miguel Cordero del Campillo. Fueron los fundadores de aquellos mitológicos impulsos que hicieron el milagro de elevar a categoría la anécdota intelectual de León. Nunca se espera que los hombres que en cierto modo se constituyen en fundamento de nuestras vidas puedan dejarse morir. Y cuando lo hacen, cuando se resignan a abandonar la Cátedra que se le había encomendado queda en la Ciudad un espacio vacío que no se acaba nunca de cubrir, por muy espesos y duros que sean los muros tradicionales que suelen oponerse al reconocimiento de los verdaderos valores. Pasarán muchos años antes de que León consiga descubrir entre sus hombres fundadores otro tan cabal como Andrés Suárez, y sus discípulos sufriremos durante tiempo y tiempo la huella dolorosa de su ausencia. Porque no es verdad que cuando el hombre muere se borran todas las huellas; las señales del paso por nuestra escena de hombres del temple, de la sabiduría cierta, de la templanza de ánimo de Andrés Suárez permanece. Y cuando llega el momento de las recordaciones, las gentes nobles de León seguirán manteniendo viva la humanísima representación de este profesor de la sonrisa generosa de gesto acogedor y de trabajo bien hecho. Yo no sé lo que el protocolo impone como reconocimiento de méritos de sus hombres principales, pero imagino que a la hora de discriminar valores para imponer medallas y titulaciones bien merecidas nuestros representantes en el Municipio, ante la Junta o ante la Universidad, se acordarán del paso brillante de aquel hombre bueno que fue siempre Don Andrés Suárez, un hombre alejado de los príncipes pero siempre cerca de los hombres. ¡Adiós Andrés, amigo, compañero; te has ganado la gloria a pulso!

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