Diario de León

Catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de León

«Los europeos estamos determinados a que nadie nos estropee la digestión»

Coincidiendo con las tesis de Darnstädt en «La trampa del consenso», Francisco Sosa, que ha traducido el libro, reivindica los beneficios democráticos del «disenso»

Francisco Sosa Wagner, catedrático de la Universidad leonesa

Francisco Sosa Wagner, catedrático de la Universidad leonesa

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Vicente Pueyo - león
León

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L a trampa del consenso , (Editorial Trotta), libro de reciente aparición cuyo autor es Thomas Darnstädt, periodista del semanario Der Spiegel , lleva a Francisco Sosa a reflexionar sobre distintos aspectos de la actualidad. Sosa, ha traducido esta obra del alemán junto con Juan Martínez Luco Zelmer, y es autor asimismo del denso estudio que la introduce y en el que, bajo el título de «El Estado se desarma», analiza esa especie de talismán en el que se ha convertido la idea del consenso. El catedrático reivindica, «en nombre de la racionalidad política y contra el desarme del Estado», los beneficios del «disenso». -El autor del libro define el consenso como «la forma más cara de organizar la irresponsabilidad». ¿Es eso precisamente lo que está pasando en este proceso de reforma constitucional en el que nos hemos adentrado? -A mi juicio el proceso de reforma constitucional en el que estamos embarcados no se ha iniciado con la adecuada madurez reflexiva y todo él adolece de cierta improvisación. Veamos los puntos propuestos por el Gobierno: el de la sucesión a la Corona me parece un debate artificial; el de la representación de las Comunidades autónomas en la definición de la política europea debe abordarse con suma cautela porque en Alemania reformaron la Constitución para lograr este objetivo y los ministros de Schröder, insatisfechos por lo que suponía de parálisis a las decisiones del Gobierno, no han ocultado sus deseos de corregirlo; la reforma del Senado exige precisar mucho y esto no se ha hecho o lo que se dice hoy es contradictorio con lo que se sostenía ayer. ¿Quiénes van a representar a las comunidades autónomas, los gobiernos o los parlamentos regionales? ¿Qué tipo de leyes deberán pasar por ese Senado renovado? ¿En qué momento del trámite legislativo? ¿Con qué alcance? ¿Qué órgano dirime las discrepancias entre Senado y Congreso? No son asuntos baladíes. Por fin, incorporar los nombres de las comunidades autónomas al texto constitucional es un error porque no aporta nada positivo y puede tener efectos nocivos en el futuro. -El «no» francés y holandés a la Constitución Europea que tanta alarma han producido, ¿también puede ser consecuencia de esa degradación de la democracia que se critica en el libro? -Voy a sostener una tesis polémica pero para eso se sale a la palestra pública: el no francés y el holandés a la Constitución europea es un no a los cambios, el ciudadano europeo tiene miedo a cualquier alteración de su vida porque, en general, los europeos vivimos muy bien. Es un no pariente remoto del no a la guerra de Irak. El de Irak, era un no que no estuvo nunca motivado por razones geoestratégicas, cuyos detalles nos eran desconocidos, tampoco estaba fundado en razones humanitarias porque hay en estos momentos conflictos terribles que no mueven a nadie. Se da incluso la circunstancia de que hay ahora una cooperante italiana, que se dedicaba a cuidar a personas desvalidas, que se halla secuestrada en Afganistán, hasta las mujeres de aquél país han salido en manifestación para pedir su liberación. Aquí ¿alguien se ha movido? Es decir, aunque este asunto nos llevaría muy lejos, creo que los europeos estamos firmemente determinados a que nadie nos estropee la digestión. Buscamos excusas pero el fondo del problema es siempre el mismo. Y es lástima porque la construcción de Europa es la operación más seria y más apasionante, en términos políticos, de cuantas vivimos. -Esa respuesta negativa, ese disenso tan perturbador, ¿puede a medio plazo resultar positivo?, o ¿quizá se ha ido ya demasiado lejos y una vuelta atrás en determinadas decisiones es prácticamente imposible? -Es obligación de los gobernantes reconducir la situación y buscar fórmulas para seguir en ese proceso de creación de algo así como los Estados Unidos de Europa. Cuando veo a mis alumnos que salen al extranjero a formarse un curso o dos, gracias a las becas Erasmus, me alegro infinitamente porque estoy convencido de que esa es la única reforma educativa seria. Y eso lo debemos a Europa. Y tantas otras cosas. También voy a ser poco correcto: la Constitución, lo dice quien como yo la votó afirmativamente, no es buena pero tampoco es mala que se haya redactado. Su aprobación debería corresponder sólo a los Parlamentos y ha sido un error someterla a referéndum, se ha perdido en Francia y en Holanda y en España, el resultado fue, no nos engañemos, un churro. El argumento de que el referéndum es democrático es falaz porque no lo es, los alemanes lo suprimieron de su Constitución pues la práctica del referéndum debilitó la república de Weimar y facilitó el acceso de Hitler al poder. El desafío es educar y educar a la población en las bondades de la creación de un gran espacio federal europeo. -El presidente del Gobierno es un defensor del diálogo y de las soluciones consensuadas. ¿Cree que los resultados conseguidos hasta ahora avalan los beneficios de este planteamiento? -Cuando juzgo al presidente del Gobierno actual procuro que no me nuble la vista el gran aprecio que siento por la persona -como por cierto por su familia de León, tan entrañable para mí-. Convencido firmé un manifiesto público en su apoyo en las elecciones pasadas. Ahora bien, creo, y por eso he propiciado e intervenido en la traducción de este libro y le he puesto un amplio Estudio Introductorio, que el consenso vale para los asuntos de la gran arquitectura constitucional, del Estado, del terrorismo, de la política internacional. Pero llevar el consenso a otros ámbitos es en efecto, como dijo el presidente del Tribunal Constitucional alemán, «una forma carísima de organizar la irresponsabilidad». -O sea, que lo que tenemos son una serie de líderes atrapados en la trampa del consenso, líderes con pies de barro, incapaces de defender con decisión y valentía políticas coherentes... -Se está acusando a los actuales responsables políticos de mediocridad, de falta de liderazgo. Y se evocan figuras pasadas de Europa. Con estas afirmaciones hay que tener cuidado pues el paso del tiempo distorsiona mucho. Porque el hombre es como el toro: sólo se le aplaude en el arrastre. Dicho esto, yo creo que tal falta de visión de futuro, sólida, basadas en reflexiones ideológicas serias y profundas y no en tópicos coyunturales, sí es apreciable en la actual hora europea. Un ejemplo es el de la nueva candidata alemana, Angela Merkl. Todos los sondeos la dan como vencedora pero yo, que la sigo desde hace tiempo por la televisión y los periódicos alemanes, la veo como un personaje de escasa entidad. Es un asunto que también nos llevaría muy lejos: el de la selección de los gobernantes. Quede para otra entrevista. -Alguien podría contraponer a la idea de consenso la de «mano dura». ¿No es éste un dilema un tanto inquietante? -Yo desde luego no creo que la mano dura sea solución alguna. Entre otras cosas, porque esa mano pretendidamente dura suele ser muy blanda con los intereses menos favorables al interés general. La crítica que hace Darnstädt en este libro al federalismo alemán es muy contundente pero en ningún momento reclama «mano dura» porque los alemanes saben bien que ésta acaba en Dachau. -El modelo federal alemán se invoca con frecuencia a la hora de buscar modelos que nos sirvan para encarar ese proceso de reforma estatutaria y constitucional. ¿Sirve esa referencia? -Debe ser seguida porque en efecto nuestra Constitución, en punto al diseño territorial, está copiada de Alemania. Ignorar las enseñanzas que de allí nos vienen sería frívolo. A conjurar tal ligereza viene este libro y mis preocupaciones van por ahí desde hace tiempo: de ahí los dos tomos que he dedicado a explicar el proceso de creación del Derecho público alemán en los siglos XIX y XX. Una obra que, pese a su carácter especializado, ha tenido un éxito inesperado; en breve sale la segunda edición. -La idea de España, su vigencia como aglutinante de esa amalgama de autonomías, regiones y naciones, ¿tiene los días contados? ¿Hay razones para el optimismo? -Razones para el optimismo no hay en punto a la arquitectura territorial de nuestro país porque para que funcione un Estado federal, descentralizado o como se le quiera llamar, es imprescindible que las partes crean en el todo. Espero que un partido centenario, como es el PSOE, ahora en el Gobierno, que ha rendido importantes servicios a España, sea muy consciente de su responsabilidad gravísima en este momento inquietante.

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