| Crónica | La vida de los mayores |
Cuando la edad es la mejor excusa
Virgilia Rodríguez vive en San Andrés del Rabanedo. Cada mañana a las 9.15 horas comienza una jornada que no suele terminar antes de las dos de la madrugada
A sus 74 años, Virgilia no para en casa. Cuenta que cada día, a las siete de la tarde, cae una teja y, antes de que le dé lleno, prefiere irse a no sabe dónde. Sitios no le faltan y cosas que hacer tampoco. Nacida en Madrid, Virgi, como le llaman sus amigas, llegó a León a los cinco años para instalarse en la calle Renueva. Hoy, tras la muerte de su marido, vive en San Andrés del Rabanedo, rodeada de recuerdos y anécdotas que parecen no tener fin. Su historia es la de tantos otros mayores a los que la vejez parece condenar a una cuenta atrás que, en muchos casos, se alarga indefinidamente. Ella, que dice no ser mayor, decidió dar un giro a esa vida, protagonizada por los recuerdos de su esposo y la vida del pasado que «en ocasiones también hay que saber pisar», comenta. Las ganas por vivir Viajera por naturaleza, Virgilia se ha recorrido la España de hoy, y también la de ayer, de cabo a rabo. En su camino ha marcado su huella en las decenas de ciudades, todas menos Cádiz, que un día decidió conocer de cerca. Pero no ha habido fronteras que la detengan; Turquía, Marruecos, Italia, Estambul o Marrakech son algunos de los lugares en los que su nombre aparece en el registro de los hoteles. Hoy, Virgilia tiene un Seat. Es su cuarto coche y puede que no sea el último. Los responsables de Tráfico han decidido renovárselo por dos años más porque, según piensa ella, los funcionarios creen que se va a morir pronto. En este pulso, la edad, no las ganas de vivir, puede ser la única aliada de tal pronóstico. Cuenta que, cuando hace de chófer de sus amigas, el alcohol se queda en el bar porque, con esto del alcoholímetro, «uno no puede andarse con bromas». Pero Virgi no sabe bailar. Así que, con mucho gusto, se encarga de llevar el banderín en las fiestas y romerías a las que acude acompañada por sus amigas. Si tiene que nombrar un lugar memorable, casi ni piensa. «La catedral que es mía y la compre con mucho sacrificio», responde muy seria hasta que la carcajada se le dispara. No está sola Después de casi treinta años dedicados a curar y ayudar en el Hospital de la Cruz Roja, Virgilia ha empezado a usar algunos de los servicios que los ayuntamientos han creado para ella y sus amigas. La teleasistencia, un servicio que con sólo apretar un botón te permite hablar con alguien, es uno de sus preferidos. Da igual, el tema, lo importante, como ella dice, es poder hablar y ser escuchada. Y mientras Virgilia habla, en el salón de su casa, se oye la radio a medio charlar con la televisión. Dice que así, el poco tiempo que pasa en el hogar, no se siente sola. Porque a Virgilia, no le gusta estar sola. La vida, como le gusta decir, «hay que seguirla». Con los dolores y las tristezas, con las alegrías y los deseos, el camino no se termina, aun cuando muchos mayores creen verlo así. Ahora Virgi se ha hecho miembro de la Asociación de Mujeres de San Andrés del Rabanedo. Con ella, ha comenzado a recorrer los colegios del municipio para enseñar a los niños de hoy los juegos del ayer. Y si hay que saltar a la comba, Virgi también salta, porque la salud no puede ser la excusa. En su mesilla de noche todavía está el libro «La montaña mágica», de Thomas Mann. En su agenda ya remarca las citas que mañana, por no decir también pasado, le esperan en algún lugar de León. No hay secreto o Virgi no lo quiere contar. Esa ilusión por levantarse cada mañana se ve pero no se coge. Ella dice que los que se fueron continúan cada día en su recuerdo. Pero no lo copan, sólo lo mantienen vivo.