Más que las leyes, la lógica

Seis hombres y tres mujeres. Tres horas de preguntas, un proceso de selección especialmente laborioso («siempre es lo mismo, cuesta trabajo, pero al final, sale» reconoce un funcionario) y las nueve personas que integran el jurado popular que emitirá el veredicto, se hacen cargo de su nueva responsabilidad para los próximos cuatro días, con dos suplentes prestos a cubrir cualquier contingencia imprevista. Una experiencia única en la vida. «A mí, no me vuelven a pillar en otra, lo juro». Después de una mañana de prisas y algún trago puntual («¡Me libré, me libré!» celebra una exenta), la sala de vistas abre sus puertas. Calma inicial y mucha atención a las calificaciones previas. Por la tarde, botella de agua y carpeta en ristre mediante, primera tanda de intrerrogatorios. No deberán permanecer aislados estos días, ni siquiera serán sometidos a un régimen de vida especial. Eso queda para los seriales de televisión de serie B. En la vida real, sólo habrá «encierro forzado» el último día, para deliberar. «No se juzga si los acusados son buenas o malas personas, sino si ellos fueron los autores del homicidio». El magistrado-juez lanza la primera recomendación al jurado en un cierto tono paternal. La fiscal recurre a la misma línea, pero cambia el argumento: «No juzgamos los disturbios que pudo haber en la vida de Molina, sólo queremos saber si los acusados le mataron a propósito». La acusación particular incide entonces en que lo que solamente eran rumores al principio «terminaron siendo indicios evidentes gracias a la investigación policial» y para la defensa del portero del club el tema no está claro en absoluto: «La duda es tan terroríficamente grande, que el jurado no va a poder emitir un veredicto de condena sin que haya grandes lagunas de por medio». La defensa del camarero apunta en otra dirección: «Tras un año en prisión preventiva, se les ha dejado en libertad condicional por falta de suficientes pruebas para mantenerles en prisión».